En un libro hermoso titulado Historia natural del cine, Pierre Léon dice lo siguiente: “Me acerco tanto a la película que, cediendo ante tanta insistencia, me deja leer por encima de su hombro; y en este libro de montaje yo soy la capa intermedia que se desliza entre el anverso de las tomas y el reverso de los planos, siempre entre dos tiempos y tres movimientos”.

La idea es mucho más que retóricamente ingeniosa: quiere decir que entre lo que se filmó y lo que finalmente existe en la pantalla se añade la labor sensible de quien mira. Es que quien ha vivido con el cine toda su vida no es un voyeur: a través de las películas ha realizado un aprendizaje.

Con el tiempo, se entreteje una memoria constituida de experiencias propias y otras que se desprenden de planos cinematográficos. La memoria del cinéfilo es también la memoria del cine.

Apenas pasó un tiempo del estreno de Las ausencias, la primera entrega de un ensayo biográfico en el que un maestro del cine como José Luis Gorasurreta cuenta su vida hecha de fragmentos del cinematógrafo.

En aquella primera parte, los episodios diversos de su trayectoria y su relación permanente con las vicisitudes de un país violento y fascinante como Argentina están urdidos como un detritus de su propia memoria.

En aquella película sus padres eran centrales, no lo son en Las presencias, que se detiene en los vivos, más allá de que el procedimiento narrativo es el mismo que la precedente: el cine le ha prodigado a Gorasurreta la certeza de que toda memoria es montaje, es decir, una selección de recuerdos que definen una forma de vida. La película es la elaboración elegante de un método: el cineasta recolecta imágenes propias, fragmentos de películas y documentos de actualidad erigiendo un espacio narrativo que se asemeja a un collage. La lógica es lúdica, nunca caprichosa, e invariablemente libre.

La historia argentina no está elidida, tampoco la de Córdoba. Desde fines de 1990 hasta el tiempo presente, lo inadmisible y lo vergonzoso de nuestra historia se filtran y compaginan con las películas que dejaron una huella en la vida de Gorasurreta. Las citas son varias y eclécticas. Una de Larry Clark, otra de Béla Tarr, también de Ana Poliak.

La indeleble Yatasto, de Hermes Paralluelo, tiene un lugar privilegiado. El contrapunto cinéfilo es la historia argentina. Hay alguna secuencia de la quema de la Casa Radical en 1995, que al revisitarla hoy resulta espeluznante. Los otros recuerdos, ya en este siglo, no desentonan con la infamia invencible. Gorasurreta es un cinéfilo que no busca refugio en el cine. Entiende que la luz del cine puede decir algo; su primer empleo es el del entendimiento. El cine esclarece, trastoca, cambia.

En la película, quienes aprendieron con Gorasurreta tienen un lugar privilegiado. Ezequiel Salinas, el laureado cineasta que codirigió La noche está marchándose ya, acá director de fotografía, sale como tantos otros que se iniciaron en el cine con el maestro.

En una escena camina con Gorasurreta y se lo ve filmando en una zona agrícola. Luego se integra en uno de los planos más hermosos de la película: Juan José camina entre las cosechas de Santa Fe, donde nació; parece un momento onírico, feliz. Hay otros momentos felices.

La inclusión de una secuencia irreverente en la que muchos de los que aprendieron cine con Gorasurreta bailan semidesnudos tapándose sus respectivas caras con la cara del maestro es un chiste que no teme a cualquier interpretación capciosa. Es puro juego, insolencia. Se ríen de su maestro. Fin.

Si Gorasurreta fuera un filósofo sería Sócrates, aquel que corrompía a los jóvenes. ¿Qué significa acá corromper? Hacer pensar con el cine, desobedecer constantemente, jamás aceptar dogmáticamente ningún pronunciamiento.

Vivir con el cine significa vivir preguntándose. Quien pregunta en serio puede saber por qué es bueno ser decente y solidario. Eso se aprende en las películas. La vida de Gorasurreta es un testimonio.

Para ver Las presencias

Argentina, 2025, DCP, 102’, AM18. Documental dirigido por Juan José Gorasurreta. Hasta el miércoles en el Cineclub Hugo del Carril.

​En un libro hermoso titulado Historia natural del cine, Pierre Léon dice lo siguiente: “Me acerco tanto a la película que, cediendo ante tanta insistencia, me deja leer por encima de su hombro; y en este libro de montaje yo soy la capa intermedia que se desliza entre el anverso de las tomas y el reverso de los planos, siempre entre dos tiempos y tres movimientos”. La idea es mucho más que retóricamente ingeniosa: quiere decir que entre lo que se filmó y lo que finalmente existe en la pantalla se añade la labor sensible de quien mira. Es que quien ha vivido con el cine toda su vida no es un voyeur: a través de las películas ha realizado un aprendizaje. Con el tiempo, se entreteje una memoria constituida de experiencias propias y otras que se desprenden de planos cinematográficos. La memoria del cinéfilo es también la memoria del cine. Apenas pasó un tiempo del estreno de Las ausencias, la primera entrega de un ensayo biográfico en el que un maestro del cine como José Luis Gorasurreta cuenta su vida hecha de fragmentos del cinematógrafo. En aquella primera parte, los episodios diversos de su trayectoria y su relación permanente con las vicisitudes de un país violento y fascinante como Argentina están urdidos como un detritus de su propia memoria. En aquella película sus padres eran centrales, no lo son en Las presencias, que se detiene en los vivos, más allá de que el procedimiento narrativo es el mismo que la precedente: el cine le ha prodigado a Gorasurreta la certeza de que toda memoria es montaje, es decir, una selección de recuerdos que definen una forma de vida. La película es la elaboración elegante de un método: el cineasta recolecta imágenes propias, fragmentos de películas y documentos de actualidad erigiendo un espacio narrativo que se asemeja a un collage. La lógica es lúdica, nunca caprichosa, e invariablemente libre. La historia argentina no está elidida, tampoco la de Córdoba. Desde fines de 1990 hasta el tiempo presente, lo inadmisible y lo vergonzoso de nuestra historia se filtran y compaginan con las películas que dejaron una huella en la vida de Gorasurreta. Las citas son varias y eclécticas. Una de Larry Clark, otra de Béla Tarr, también de Ana Poliak. La indeleble Yatasto, de Hermes Paralluelo, tiene un lugar privilegiado. El contrapunto cinéfilo es la historia argentina. Hay alguna secuencia de la quema de la Casa Radical en 1995, que al revisitarla hoy resulta espeluznante. Los otros recuerdos, ya en este siglo, no desentonan con la infamia invencible. Gorasurreta es un cinéfilo que no busca refugio en el cine. Entiende que la luz del cine puede decir algo; su primer empleo es el del entendimiento. El cine esclarece, trastoca, cambia. En la película, quienes aprendieron con Gorasurreta tienen un lugar privilegiado. Ezequiel Salinas, el laureado cineasta que codirigió La noche está marchándose ya, acá director de fotografía, sale como tantos otros que se iniciaron en el cine con el maestro. En una escena camina con Gorasurreta y se lo ve filmando en una zona agrícola. Luego se integra en uno de los planos más hermosos de la película: Juan José camina entre las cosechas de Santa Fe, donde nació; parece un momento onírico, feliz. Hay otros momentos felices. La inclusión de una secuencia irreverente en la que muchos de los que aprendieron cine con Gorasurreta bailan semidesnudos tapándose sus respectivas caras con la cara del maestro es un chiste que no teme a cualquier interpretación capciosa. Es puro juego, insolencia. Se ríen de su maestro. Fin. Si Gorasurreta fuera un filósofo sería Sócrates, aquel que corrompía a los jóvenes. ¿Qué significa acá corromper? Hacer pensar con el cine, desobedecer constantemente, jamás aceptar dogmáticamente ningún pronunciamiento. Vivir con el cine significa vivir preguntándose. Quien pregunta en serio puede saber por qué es bueno ser decente y solidario. Eso se aprende en las películas. La vida de Gorasurreta es un testimonio.Para ver Las presenciasArgentina, 2025, DCP, 102’, AM18. Documental dirigido por Juan José Gorasurreta. Hasta el miércoles en el Cineclub Hugo del Carril.  La Voz

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