La Voz

Ruth Morton, una ciudadana uruguaya de 97 años, rompió un silencio de más de cuatro décadas al revelar su labor como espía para el servicio de inteligencia británico durante la Guerra de las Malvinas. La mujer, de ascendencia escocesa e inglesa, operó de manera clandestina en la ciudad de Mar del Plata, donde monitoreó los movimientos de la flota submarina argentina para comprometer la defensa nacional.

La historia, que permaneció oculta incluso para su propia familia, fue relatada por Morton al periodista Graham Bound, fundador del diario Penguin News de las islas. Según su testimonio, su misión principal consistió en vigilar directamente la base naval marplatense para informar sobre el despliegue de unidades clave hacia el Atlántico Sur.

Una herencia familiar en el servicio de inteligencia

La participación de Morton en el conflicto de 1982 no fue un hecho aislado, sino que respondió a una tradición familiar vinculada a la inteligencia británica. Sus antecedentes se remontan a la Segunda Guerra Mundial, cuando su padre, Eddie, trabajaba en las Oficinas Centrales del Ferrocarril en Montevideo, un brazo operativo de la inteligencia de Gran Bretaña.

En 1939, el padre de Ruth reclutó a sus hermanas mayores para interceptar, traducir y transcribir mensajes secretos tras la invasión nazi a Varsovia. Morton recordó que, con apenas 11 años, ya era consciente de las actividades de su familia y colaboraba anotando indicaciones telefónicas palabra por palabra, publicó Infobae.

Este grupo de inteligencia en Uruguay estaba compuesto por ocho integrantes, en su mayoría mujeres, que solían reunirse en un café de Montevideo llamado el Oro del Rin. Décadas después, esa misma red volvería a activarse cuando Argentina inició el proceso de recuperación de las Islas Malvinas en abril de 1982.

Ruth Morton reveló su experiencia como espía durante la Guerra de las Malvinas. (Foto: Familia Morton / Infobae)

La misión secreta en la base de Mar del Plata

Ruth Morton tenía 53 años, estaba casada y tenía una hija cuando fue convocada por su hermana Miriam, quien trabajaba como contadora en la embajada británica en Montevideo. Bajo el argumento de que Ruth resultaría menos sospechosa para las autoridades argentinas, ambas viajaron a Buenos Aires para iniciar el operativo.

La misión específica asignada a Morton fue el seguimiento de tres submarinos fundamentales para la Armada Argentina: el ARA Santa Fe, el ARA San Luis y el ARA Santiago del Estero. Para cumplir con su tarea, se instaló en un escondite improvisado bajo las tablas de un edificio parcialmente destruido en la costa marplatense.

“Había un espacio para arrastrarse debajo que me daba una vista perfecta de los submarinos a solo unos cientos de metros”, detalló la mujer sobre su puesto de observación. Las condiciones físicas eran extremas; Morton permanecía en un espacio arenoso y sucio donde ni siquiera podía sentarse, lo que le provocó heridas en rodillas y codos.

Comunicaciones cifradas y supervivencia económica

El sistema para reportar la información era complejo y buscaba evitar la detección por parte de las fuerzas de seguridad argentinas. Cada vez que detectaba un movimiento relevante, Morton debía tomar al menos dos autobuses hacia el interior de la provincia para utilizar un teléfono público.

Desde allí llamaba a un contacto anglo-argentino, quien le proporcionaba un número diferente en cada ocasión para comunicarse con alguien de acento británico. El operativo estuvo supervisado desde Montevideo por una agente de inteligencia con el nombre en clave “Claire”.

Durante su estadía, Morton enfrentó dificultades económicas cuando los fondos destinados a la misión desaparecieron junto con uno de sus intermediarios. Para subsistir sin levantar sospechas, comenzó a tejer gorros con la inscripción “Mar del Plata”, los cuales vendía a través del portero de un hotel local.

El operativo de espionaje británico destacó la importancia del legado familiar en inteligencia militar, con Morton y sus hermanas siguiendo los pasos de su padre (Foto: Familia Morton)

El incidente del carpincho y el fin de la vigilancia

Uno de los momentos más críticos de su relato ocurrió durante una noche de vigilancia, cuando un disparo proveniente de un barco alcanzó su posición. Según Morton, un carpincho que solía acompañarla en su escondite recibió el impacto entre los ojos y murió en el acto.

“Me salvó la vida porque podría haber sido yo”, afirmó la mujer, quien consideró al animal como un aliado inesperado en medio de la soledad del operativo. Tras este incidente, su supervisora le ordenó abandonar el puesto de observación y finalizar su tarea de espionaje en territorio argentino.

Al concluir el conflicto, las fuerzas británicas le otorgaron un reconocimiento formal firmado y un bol de plata como retribución por sus servicios. Morton manifestó que este galardón le generó incomodidad, ya que realizó la tarea por convicción y no buscaba beneficios materiales ni notoriedad pública.

La revelación de Morton aporta nuevos detalles sobre las operaciones de inteligencia que Gran Bretaña desplegó en el continente durante la guerra. Mientras la historia oficial continúa reconstruyéndose, el testimonio de la mujer de 97 años confirma la magnitud del espionaje civil que rodeó al conflicto del Atlántico Sur.

​Ruth Morton, una ciudadana uruguaya de 97 años, rompió un silencio de más de cuatro décadas al revelar su labor como espía para el servicio de inteligencia británico durante la Guerra de las Malvinas. La mujer, de ascendencia escocesa e inglesa, operó de manera clandestina en la ciudad de Mar del Plata, donde monitoreó los movimientos de la flota submarina argentina para comprometer la defensa nacional.La historia, que permaneció oculta incluso para su propia familia, fue relatada por Morton al periodista Graham Bound, fundador del diario Penguin News de las islas. Según su testimonio, su misión principal consistió en vigilar directamente la base naval marplatense para informar sobre el despliegue de unidades clave hacia el Atlántico Sur.Una herencia familiar en el servicio de inteligenciaLa participación de Morton en el conflicto de 1982 no fue un hecho aislado, sino que respondió a una tradición familiar vinculada a la inteligencia británica. Sus antecedentes se remontan a la Segunda Guerra Mundial, cuando su padre, Eddie, trabajaba en las Oficinas Centrales del Ferrocarril en Montevideo, un brazo operativo de la inteligencia de Gran Bretaña.En 1939, el padre de Ruth reclutó a sus hermanas mayores para interceptar, traducir y transcribir mensajes secretos tras la invasión nazi a Varsovia. Morton recordó que, con apenas 11 años, ya era consciente de las actividades de su familia y colaboraba anotando indicaciones telefónicas palabra por palabra, publicó Infobae.Este grupo de inteligencia en Uruguay estaba compuesto por ocho integrantes, en su mayoría mujeres, que solían reunirse en un café de Montevideo llamado el Oro del Rin. Décadas después, esa misma red volvería a activarse cuando Argentina inició el proceso de recuperación de las Islas Malvinas en abril de 1982.La misión secreta en la base de Mar del PlataRuth Morton tenía 53 años, estaba casada y tenía una hija cuando fue convocada por su hermana Miriam, quien trabajaba como contadora en la embajada británica en Montevideo. Bajo el argumento de que Ruth resultaría menos sospechosa para las autoridades argentinas, ambas viajaron a Buenos Aires para iniciar el operativo.La misión específica asignada a Morton fue el seguimiento de tres submarinos fundamentales para la Armada Argentina: el ARA Santa Fe, el ARA San Luis y el ARA Santiago del Estero. Para cumplir con su tarea, se instaló en un escondite improvisado bajo las tablas de un edificio parcialmente destruido en la costa marplatense.“Había un espacio para arrastrarse debajo que me daba una vista perfecta de los submarinos a solo unos cientos de metros”, detalló la mujer sobre su puesto de observación. Las condiciones físicas eran extremas; Morton permanecía en un espacio arenoso y sucio donde ni siquiera podía sentarse, lo que le provocó heridas en rodillas y codos.Comunicaciones cifradas y supervivencia económicaEl sistema para reportar la información era complejo y buscaba evitar la detección por parte de las fuerzas de seguridad argentinas. Cada vez que detectaba un movimiento relevante, Morton debía tomar al menos dos autobuses hacia el interior de la provincia para utilizar un teléfono público.Desde allí llamaba a un contacto anglo-argentino, quien le proporcionaba un número diferente en cada ocasión para comunicarse con alguien de acento británico. El operativo estuvo supervisado desde Montevideo por una agente de inteligencia con el nombre en clave “Claire”.Durante su estadía, Morton enfrentó dificultades económicas cuando los fondos destinados a la misión desaparecieron junto con uno de sus intermediarios. Para subsistir sin levantar sospechas, comenzó a tejer gorros con la inscripción “Mar del Plata”, los cuales vendía a través del portero de un hotel local.El incidente del carpincho y el fin de la vigilanciaUno de los momentos más críticos de su relato ocurrió durante una noche de vigilancia, cuando un disparo proveniente de un barco alcanzó su posición. Según Morton, un carpincho que solía acompañarla en su escondite recibió el impacto entre los ojos y murió en el acto.“Me salvó la vida porque podría haber sido yo”, afirmó la mujer, quien consideró al animal como un aliado inesperado en medio de la soledad del operativo. Tras este incidente, su supervisora le ordenó abandonar el puesto de observación y finalizar su tarea de espionaje en territorio argentino.Al concluir el conflicto, las fuerzas británicas le otorgaron un reconocimiento formal firmado y un bol de plata como retribución por sus servicios. Morton manifestó que este galardón le generó incomodidad, ya que realizó la tarea por convicción y no buscaba beneficios materiales ni notoriedad pública.La revelación de Morton aporta nuevos detalles sobre las operaciones de inteligencia que Gran Bretaña desplegó en el continente durante la guerra. Mientras la historia oficial continúa reconstruyéndose, el testimonio de la mujer de 97 años confirma la magnitud del espionaje civil que rodeó al conflicto del Atlántico Sur.  ​

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