El tango es la música porteña por antonomasia. Nadie discute su origen, difusión y procedencia en los arrabales de Buenos Aires. Pero, como toda expresión popular, su ritmo se fue expandiendo por el mundo y, desde Japón a Finlandia, se canta y se baila como algo propio sin fronteras ni latitudes.

En Córdoba, aun cuando haya otras expresiones musicales autóctonas, el tango tiene su presencia en diversos salones, galpones de pueblo o pequeños aposentos de barrio que se afirman en la permanencia de la cultura tanguera.

Y si hay un reducto en esta ciudad que se ha convertido en templo para los amantes del dos por cuatro es Tsunami, en el corazón de barrio Güemes, lugar que cumple 20 años ininterrumpidos atrayendo a bailarines y nostálgicos, curiosos y turistas en busca de una experiencia auténtica.

Así es una noche de milonga y tango en el bar Tsunami con la orquesta Típica Vevo. (Javier Ferreyra / La Voz)

Tsunami no es un lugar cualquiera. Nació en 2005 cuando Andrés Palacio y sus amigos tangueros sintieron que no eran tan bienvenidos en los tradicionales reductos de tango porque eran poco amigos de las formalidades. Y así abrió en este antiguo galpón un espacio más descontracturado, en el que se puede bailar de jean y zapatillas, pasarla bien sin todo el ritual tanguero tradicional. “Algo más cordobés, como en las peñas, y con énfasis en la milonga, que es un ritmo de tres tiempos más rítmico que el tango clásico. Además innovamos poniendo orquestas y cantantes nuevos, eso fue disruptivo”, cuenta Andrés.

No sólo se baila: en Tsunami se puede aprender a bailar tango martes, miércoles y viernes y después quedarse a la milonga. También hay bachata los jueves y swing los domingos.

Tango para todos

Las mesas apretadas contra las paredes dejan espacio a la pista ajedrezada. La luz es sumamente tenue mientras suena un viejo tango.

Poco a poco va llegando gente, que nadie adivinaría que es público tanguero: una piba de corte rollinga con enormes tatuajes en brazos y piernas; otra chica altísima con vestido negro de gala; una mujer de calzas más acicalada para el gimnasio que para el baile; un señor mayor de rigurosa camisa blanca, pantalón negro y zapatos lustrados. Hay pibes que parecen salidos de una clase de arte: llega uno que se sienta, se saca las zapatillas Asics y se pone los zapatos de baile. Un grupo de chicas salidas de la oficina sacan de la mochila sus zapatos con tacos y reemplazan los borcegos.

Así es una noche de milonga y tango en el bar Tsunami con la orquesta Típica Vevo. (Javier Ferreyra / La Voz)

La elegancia no es ley: zapatillas skater conviven con mocasines acharolados y botas punks con tacones brillantes. Bermuda cargo camuflada con vestidos con lentejuela, jean desgarrado con camisas de cuello italiano.

La pista está vacía salvo una sola pareja solitaria probando unos pasos de baile. De pronto, se cruzan algunas miradas y en pocos segundos la pista se llena de parejas lanzadas al movimiento acompasado como una especie de ajedrez rítmico.

Algunos muestran enormes dotes de bailarín, firuleteando precipitadamente y otros marcan los pasos con indisimulable inseguridad.

Así es una noche de milonga y tango en el bar Tsunami con la orquesta Típica Vevo. (Javier Ferreyra / La Voz)

No es raro ver dos mujeres bailando juntas, ni dos hombres entrelazados siguiendo el ritmo abrazados, remedando los antiguos bailes en los burdeles arrabaleros tal como los describían Borges y las crónicas de principios del siglo 20, cuando el tango se iba gestando y era un género defenestrado.

Suena en los parlantes la orquesta de D´Arienzo con el ruido chirriante de la púa. Está difundido en una moderna consola digital, pero manteniendo el sonido original, que retumba en el alto techo del salón. Todos bailan con todos, un rato con cada una.

“No sabés como baila esa, una sedita como se deja llevar. En cambio la de rojo es más dura, te cuesta llevarla, te hace transpirar” dice el comensal que se sienta sudando en una mesa. Quien no entiende de los códigos de este baile, queda un poco aturdido por la información.

Así es una noche de milonga y tango en el bar Tsunami con la orquesta Típica Vevo. (Javier Ferreyra / La Voz)

“Acá la gente viene a bailar, ponemos tandas de tres o cuatro temas de cada orquesta y, para respetar la rítmica, ponemos los temas del mismo disco. A las orquestas que vienen se les pone difícil, porque acá suena la milonga impuesta por Julián Plaza en 1930, y nuestros santos patronos son Di Sarli, D´Arienzo, Pugliese y Troilo”, explica Andrés mientras pone hielo en una frapera con una botella de champán.

Que suene la orquesta

Mientras los músicos se acomodan en el escenario, no dejan de sonar tangos antiguos y las parejas se mueven en círculos, apretados y rítmicos sobre el piso ajedrezado.

La tenue luz que baña el local deja entrever los rostros concentrados, las manos firmes, los ojos atentos. Se desplazan, como en una coreografía ensayada, aunque ni se conozcan. Una francesa vestida de rojo me dice que siente como estar en un galpón del Buenos Aires de hace 100 años. ¡Pero esto es Córdoba!

La orquesta La Típica Vevo es una joya urbana. Conformada por jóvenes que vienen de diferentes géneros, combina un acordeonista que podría tocar en un grupo homenaje a los Sex Pistols, un pianista que maneja el instrumento con tendencia cuartetera, la sección de violines delata una variopinta dedicación desde comuniones a coros de iglesia y la contrabajista seguro sabe de memoria varios Schubert.

Cuando la orquesta empieza a sonar se hace el silencio, pero ese silencio tiene un doble filo: primero significa respeto, pero si continúa, significa indiferencia y ahí se pudre todo.

El primer tema sirve para medir el ambiente. Apenas una pareja tira tímidamente unos pasos en la zona más oscura.

“Son jodidos los milongueros”, me susurra Andrés. “Van a esperar a ver cómo sigue, no cualquier orquesta se banca el correcto ritmo para generar el baile del que sabe”.

Una arenga del cantante y se hace la magia o, mejor, el baile. Los cantantes se turnan en la variada selección de los duros y poéticos tangos de antes.

Canta Vero, con una voz profunda entrenada en el rock. Los violines se enaltecen, el pianista tira una melodía preciosa, el bandoneón estira unos acordes y en segundos la pista se llena nuevamente.

Así es una noche de milonga y tango en el bar Tsunami con la orquesta Típica Vevo. (Javier Ferreyra / La Voz)

Aprobada la Vevo, el ambiente se ennoblece con las miradas aprobatorias de los que se quedan sentados. Singular y fervorosa seguidilla de milongas antiguas, que aún al oído del conocedor resultan difíciles de detectar. El pedido de bises hacen subir de nuevo a la orquesta y luego seguirá una larga noche de tangos y milongas para trasnochar bailando.

Los porteños podrán enaltecerse todo lo que quieran del tango, su origen, evolución pertenencia e historia. Pero, en el día nacional del tango, sepan que en Córdoba hay un reducto que enaltece y glorifica lo mejor de esta música tan de todos.

​El tango es la música porteña por antonomasia. Nadie discute su origen, difusión y procedencia en los arrabales de Buenos Aires. Pero, como toda expresión popular, su ritmo se fue expandiendo por el mundo y, desde Japón a Finlandia, se canta y se baila como algo propio sin fronteras ni latitudes. En Córdoba, aun cuando haya otras expresiones musicales autóctonas, el tango tiene su presencia en diversos salones, galpones de pueblo o pequeños aposentos de barrio que se afirman en la permanencia de la cultura tanguera. Y si hay un reducto en esta ciudad que se ha convertido en templo para los amantes del dos por cuatro es Tsunami, en el corazón de barrio Güemes, lugar que cumple 20 años ininterrumpidos atrayendo a bailarines y nostálgicos, curiosos y turistas en busca de una experiencia auténtica. Tsunami no es un lugar cualquiera. Nació en 2005 cuando Andrés Palacio y sus amigos tangueros sintieron que no eran tan bienvenidos en los tradicionales reductos de tango porque eran poco amigos de las formalidades. Y así abrió en este antiguo galpón un espacio más descontracturado, en el que se puede bailar de jean y zapatillas, pasarla bien sin todo el ritual tanguero tradicional. “Algo más cordobés, como en las peñas, y con énfasis en la milonga, que es un ritmo de tres tiempos más rítmico que el tango clásico. Además innovamos poniendo orquestas y cantantes nuevos, eso fue disruptivo”, cuenta Andrés. No sólo se baila: en Tsunami se puede aprender a bailar tango martes, miércoles y viernes y después quedarse a la milonga. También hay bachata los jueves y swing los domingos. Tango para todosLas mesas apretadas contra las paredes dejan espacio a la pista ajedrezada. La luz es sumamente tenue mientras suena un viejo tango. Poco a poco va llegando gente, que nadie adivinaría que es público tanguero: una piba de corte rollinga con enormes tatuajes en brazos y piernas; otra chica altísima con vestido negro de gala; una mujer de calzas más acicalada para el gimnasio que para el baile; un señor mayor de rigurosa camisa blanca, pantalón negro y zapatos lustrados. Hay pibes que parecen salidos de una clase de arte: llega uno que se sienta, se saca las zapatillas Asics y se pone los zapatos de baile. Un grupo de chicas salidas de la oficina sacan de la mochila sus zapatos con tacos y reemplazan los borcegos. La elegancia no es ley: zapatillas skater conviven con mocasines acharolados y botas punks con tacones brillantes. Bermuda cargo camuflada con vestidos con lentejuela, jean desgarrado con camisas de cuello italiano. La pista está vacía salvo una sola pareja solitaria probando unos pasos de baile. De pronto, se cruzan algunas miradas y en pocos segundos la pista se llena de parejas lanzadas al movimiento acompasado como una especie de ajedrez rítmico. Algunos muestran enormes dotes de bailarín, firuleteando precipitadamente y otros marcan los pasos con indisimulable inseguridad. No es raro ver dos mujeres bailando juntas, ni dos hombres entrelazados siguiendo el ritmo abrazados, remedando los antiguos bailes en los burdeles arrabaleros tal como los describían Borges y las crónicas de principios del siglo 20, cuando el tango se iba gestando y era un género defenestrado. Suena en los parlantes la orquesta de D´Arienzo con el ruido chirriante de la púa. Está difundido en una moderna consola digital, pero manteniendo el sonido original, que retumba en el alto techo del salón. Todos bailan con todos, un rato con cada una. “No sabés como baila esa, una sedita como se deja llevar. En cambio la de rojo es más dura, te cuesta llevarla, te hace transpirar” dice el comensal que se sienta sudando en una mesa. Quien no entiende de los códigos de este baile, queda un poco aturdido por la información. “Acá la gente viene a bailar, ponemos tandas de tres o cuatro temas de cada orquesta y, para respetar la rítmica, ponemos los temas del mismo disco. A las orquestas que vienen se les pone difícil, porque acá suena la milonga impuesta por Julián Plaza en 1930, y nuestros santos patronos son Di Sarli, D´Arienzo, Pugliese y Troilo”, explica Andrés mientras pone hielo en una frapera con una botella de champán. Que suene la orquesta Mientras los músicos se acomodan en el escenario, no dejan de sonar tangos antiguos y las parejas se mueven en círculos, apretados y rítmicos sobre el piso ajedrezado. La tenue luz que baña el local deja entrever los rostros concentrados, las manos firmes, los ojos atentos. Se desplazan, como en una coreografía ensayada, aunque ni se conozcan. Una francesa vestida de rojo me dice que siente como estar en un galpón del Buenos Aires de hace 100 años. ¡Pero esto es Córdoba!La orquesta La Típica Vevo es una joya urbana. Conformada por jóvenes que vienen de diferentes géneros, combina un acordeonista que podría tocar en un grupo homenaje a los Sex Pistols, un pianista que maneja el instrumento con tendencia cuartetera, la sección de violines delata una variopinta dedicación desde comuniones a coros de iglesia y la contrabajista seguro sabe de memoria varios Schubert.Cuando la orquesta empieza a sonar se hace el silencio, pero ese silencio tiene un doble filo: primero significa respeto, pero si continúa, significa indiferencia y ahí se pudre todo. El primer tema sirve para medir el ambiente. Apenas una pareja tira tímidamente unos pasos en la zona más oscura. “Son jodidos los milongueros”, me susurra Andrés. “Van a esperar a ver cómo sigue, no cualquier orquesta se banca el correcto ritmo para generar el baile del que sabe”. Una arenga del cantante y se hace la magia o, mejor, el baile. Los cantantes se turnan en la variada selección de los duros y poéticos tangos de antes. Canta Vero, con una voz profunda entrenada en el rock. Los violines se enaltecen, el pianista tira una melodía preciosa, el bandoneón estira unos acordes y en segundos la pista se llena nuevamente. Aprobada la Vevo, el ambiente se ennoblece con las miradas aprobatorias de los que se quedan sentados. Singular y fervorosa seguidilla de milongas antiguas, que aún al oído del conocedor resultan difíciles de detectar. El pedido de bises hacen subir de nuevo a la orquesta y luego seguirá una larga noche de tangos y milongas para trasnochar bailando.Los porteños podrán enaltecerse todo lo que quieran del tango, su origen, evolución pertenencia e historia. Pero, en el día nacional del tango, sepan que en Córdoba hay un reducto que enaltece y glorifica lo mejor de esta música tan de todos.  La Voz

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