Desde su estreno triunfal en Cannes, el séptimo largometraje de Joachim Trier goza de un beneplácito unánime: los críticos lo adoran, los programadores no dudan en incluirlo en el cronograma de proyecciones y el público asiente porque reconoce en su trama un valor sentimental que no precisa de ninguna traducción: el reencuentro tardío entre un padre y sus dos hijas.
No existe ninguna familia cuya historia haya desconocido el conflicto y el distanciamiento. Valor sentimental es antes que nada el retrato laborioso de una reconciliación.
Pero lo que importa acá no es tanto la restauración del vínculo, sino en qué meandros de la gramática de los sentimientos se perdió la fluidez de las emociones. Tarde o temprano, los nudos afectivos se desvencijan.
Eso sucede cuando los proyectos afectivos y profesionales se bifurcan, o cuando existen otras variables que deterioran la integridad en la vida de cualquier persona.
En Valor sentimental hay esbozos de traumas históricos y psicológicos, enunciados con pertinencia, no así trabajados con eficiencia.
Si la madre del protagonista, Gustav Borg, un cineasta consagrado, se quitó la vida sin dar muchas explicaciones, en algún momento habrá un signo de la historia que deja huellas en la intimidad. Confrontar con el nazismo en Noruega era ir contra la corriente y arriesgar la propia vida.
En el corazón del relato, Borg quiere que su hija mayor interprete una película en que la protagonista también decide terminar con su vida.
En un principio, ella rehúsa, e incluso una estrella estadounidense toma su lugar. La relación con su papá ha sido siempre motivo de angustia. De a poco se conocen los motivos de su negativa. Trier intercala recuerdos que contextualizan el relato.
El mejor es aquel que incluye directamente una supuesta película de Borg. Es un fragmento soberbiamente filmado.
Trier sabe muy bien que un plano secuencia es retóricamente elocuente si la relación de la duración de la escena implica una consecuencia dramática concreta: la escena empieza con dos niños corriendo en dirección a un tren mientras algunos soldados los persiguen; no viajarán juntos.
Pero Valor sentimental es una película de actores: Renate Reinsve como la hija mayor, Elle Fanning en el papel de la actriz estadounidense e Inga Ibsdotter Lilleaas, la hermana menor, demuestran dominio del gesto, ritmo para tomar la palabra y preparación para sacar provecho de la interacción en escena.
Sin embargo, Stellan Skarsgård es quien resplandece como un personaje complejo, menos querible, pero siempre respetable. Es el centro de la galaxia de Trier.
Nada puede reprochársele a Valor sentimental. Pero ¿es realmente una de las películas del año? Algunas subtramas están enhebradas sin ningún esmero: la merecida imprecación a Netflix y su sistema de producción y exhibición, el pasaje en que los rostros de las hijas y el padre se funden digitalmente, la fallida aventura amorosa de la hija mayor, son incrustaciones perezosas.
Todo lo que gira en torno a la casa familiar apenas se aprovecha: el hogar es un espacio de la memoria, pero esa clarividencia se diluye hasta convertirse en anécdota.
Valor sentimental es la quintaesencia del exánime cine europeo de autor contemporáneo destinado al recuerdo ocasional. No incomoda, filma con soltura, reconoce la existencia de una tradición y puede ser lo suficientemente “universal” como para que su película pueda pasar incluso como estadounidense.
Es la consagración de la obediencia a expensas de cualquier intento de tomar un camino inexplorado; el cine prestigioso se reconoce por sus ademanes de estilo y una retórica sentimental que araña el conductismo.
Para ver Valor sentimental
Noruega, Alemania, Dinamarca, Francia, Suecia, Reino Unido, Turquía, 2025. Guion: Eskil Vogt y Joachim Trier. Dirección: Joachim Trier. Con: Renate Reinsve, Stellan Skarsgård e Inga Ibsdotter Lilleaas. Duración: 133 minutos. Clasificación: Apta para mayores de 18 años. En cines.
Desde su estreno triunfal en Cannes, el séptimo largometraje de Joachim Trier goza de un beneplácito unánime: los críticos lo adoran, los programadores no dudan en incluirlo en el cronograma de proyecciones y el público asiente porque reconoce en su trama un valor sentimental que no precisa de ninguna traducción: el reencuentro tardío entre un padre y sus dos hijas. No existe ninguna familia cuya historia haya desconocido el conflicto y el distanciamiento. Valor sentimental es antes que nada el retrato laborioso de una reconciliación.Pero lo que importa acá no es tanto la restauración del vínculo, sino en qué meandros de la gramática de los sentimientos se perdió la fluidez de las emociones. Tarde o temprano, los nudos afectivos se desvencijan.Eso sucede cuando los proyectos afectivos y profesionales se bifurcan, o cuando existen otras variables que deterioran la integridad en la vida de cualquier persona. En Valor sentimental hay esbozos de traumas históricos y psicológicos, enunciados con pertinencia, no así trabajados con eficiencia. Si la madre del protagonista, Gustav Borg, un cineasta consagrado, se quitó la vida sin dar muchas explicaciones, en algún momento habrá un signo de la historia que deja huellas en la intimidad. Confrontar con el nazismo en Noruega era ir contra la corriente y arriesgar la propia vida. En el corazón del relato, Borg quiere que su hija mayor interprete una película en que la protagonista también decide terminar con su vida.En un principio, ella rehúsa, e incluso una estrella estadounidense toma su lugar. La relación con su papá ha sido siempre motivo de angustia. De a poco se conocen los motivos de su negativa. Trier intercala recuerdos que contextualizan el relato. El mejor es aquel que incluye directamente una supuesta película de Borg. Es un fragmento soberbiamente filmado. Trier sabe muy bien que un plano secuencia es retóricamente elocuente si la relación de la duración de la escena implica una consecuencia dramática concreta: la escena empieza con dos niños corriendo en dirección a un tren mientras algunos soldados los persiguen; no viajarán juntos.Pero Valor sentimental es una película de actores: Renate Reinsve como la hija mayor, Elle Fanning en el papel de la actriz estadounidense e Inga Ibsdotter Lilleaas, la hermana menor, demuestran dominio del gesto, ritmo para tomar la palabra y preparación para sacar provecho de la interacción en escena. Sin embargo, Stellan Skarsgård es quien resplandece como un personaje complejo, menos querible, pero siempre respetable. Es el centro de la galaxia de Trier.Nada puede reprochársele a Valor sentimental. Pero ¿es realmente una de las películas del año? Algunas subtramas están enhebradas sin ningún esmero: la merecida imprecación a Netflix y su sistema de producción y exhibición, el pasaje en que los rostros de las hijas y el padre se funden digitalmente, la fallida aventura amorosa de la hija mayor, son incrustaciones perezosas. Todo lo que gira en torno a la casa familiar apenas se aprovecha: el hogar es un espacio de la memoria, pero esa clarividencia se diluye hasta convertirse en anécdota. Valor sentimental es la quintaesencia del exánime cine europeo de autor contemporáneo destinado al recuerdo ocasional. No incomoda, filma con soltura, reconoce la existencia de una tradición y puede ser lo suficientemente “universal” como para que su película pueda pasar incluso como estadounidense. Es la consagración de la obediencia a expensas de cualquier intento de tomar un camino inexplorado; el cine prestigioso se reconoce por sus ademanes de estilo y una retórica sentimental que araña el conductismo.Para ver Valor sentimentalNoruega, Alemania, Dinamarca, Francia, Suecia, Reino Unido, Turquía, 2025. Guion: Eskil Vogt y Joachim Trier. Dirección: Joachim Trier. Con: Renate Reinsve, Stellan Skarsgård e Inga Ibsdotter Lilleaas. Duración: 133 minutos. Clasificación: Apta para mayores de 18 años. En cines. La Voz

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