Felipe Jofré recibió el alta definitiva en el Hospital Fleming de Mendoza, el mismo lugar donde recibió el diagnóstico en plena pandemia.
El sonido de una campana puede ser apenas un gesto, un ritual breve en medio de una jornada hospitalaria. Pero para Felipe Jofré y su familia, ese sonido marcó el final de un recorrido que duró años y que estuvo atravesado por el miedo, la incertidumbre, la esperanza y una enorme red de afectos.
Este lunes, en el Hospital Fleming de Mendoza, Felipe, de 6 años, tocó la campana que simboliza el alta definitiva tras haber transitado un cáncer infantil que lo acompañó desde que era apenas un bebé.
La escena fue de fiesta. Hubo globos, sonrisas, abrazos largos y lágrimas que no se pudieron disimular. Estuvieron sus padres, Germán Jofré y Agustina Montemayor; familiares, amigos del colegio y, sobre todo, el personal de salud que lo acompañó en los momentos más difíciles. Médicos, enfermeros y trabajadores del hospital que fueron parte de una historia que comenzó en 2020, en plena pandemia, cuando nadie imaginaba cómo sería el camino que tenían por delante.
El peor diagnóstico
Felipe llegó al Fleming con apenas un año. Sus padres habían ido por una consulta que creían ambulatoria, motivada por dificultades para alimentarse. Nada hacía prever que esa visita terminaría en una internación prolongada y en un diagnóstico que cambiaría sus vidas para siempre.
“Empezamos este recorrido en junio de 2020, en plena pandemia. Fuimos a una consulta y terminamos internados un mes y medio con un diagnóstico que no esperábamos”, recuerda Germán a TN.
La palabra cáncer irrumpió de golpe en una familia joven, con un niño pequeño y en un contexto sanitario atravesado por el Covid-19. “Fue una montaña rusa, con muchísima incertidumbre. No sabíamos qué iba a pasar. Confiamos en el equipo médico, en la fe y en el apoyo de la familia y los amigos para atravesar cada prueba”, resume el papá de Felipe.

El tratamiento específico duró seis meses, pero el proceso completo se extendió durante cinco largos años de controles médicos constantes. En ese tiempo hubo internaciones, pinchazos, estudios, intervenciones y una rutina hospitalaria que se volvió parte de la vida cotidiana. Aun así, Felipe mostró desde el inicio una actitud que sorprendió incluso a quienes están acostumbrados a ver niños atravesar enfermedades complejas.
“Siempre nos maravilló su madurez, su alegría, la felicidad que le ponía a todo lo que estaba pasando. A pesar de ser tan chiquito y de tener que soportar pinchazos e intervenciones, siempre estaba con una sonrisa”, cuenta Germán. Esa forma de estar en el mundo, incluso en medio del dolor, dejó una marca profunda en su familia y en el equipo médico que lo acompañó.
Tras la etapa inicial en el Fleming, los controles continuaron de manera ambulatoria en el Hospital Humberto Notti, un centro de referencia en pediatría en Mendoza. Durante esos años, cada estudio y cada resultado eran esperados con ansiedad. El calendario familiar se organizaba en función de los controles, mientras la vida intentaba, de a poco, recuperar cierta normalidad.
El final del camino
Llegar al día del alta definitiva fue vivido como una verdadera victoria. “No nos gusta mucho hablar de batalla”, aclara Germán, con una reflexión que resume el aprendizaje que les dejó el proceso.
“Los chicos que no salen adelante no es que pierden. Ellos ponen el cuerpo y el corazón. Por eso preferimos pensar esto como un camino sinuoso que tuvimos que atravesar, donde no hay campeones ni derrotados. Todos ponemos algo y todos salimos transformados”.
Esa transformación, asegura, fue profunda. Como padres, como familia y como personas. “En el caso de Felipe fue para bien. Hoy irradia vida”, dice Germán, todavía emocionado. Y esa energía se hizo visible esta semana, cuando el hospital se llenó de aplausos para acompañar el momento más esperado.

El lugar elegido para el festejo no fue casual. El Hospital Fleming fue el primer espacio que los recibió cuando todo empezó, el escenario de los primeros miedos y también de los primeros gestos de cuidado. Volver allí para cerrar el ciclo fue una forma de agradecer y de resignificar lo vivido. Donde antes hubo incertidumbre, esta vez hubo alegría compartida.
El cáncer infantil es una de las enfermedades que más impacto genera en las familias, no solo por la gravedad del diagnóstico, sino por la duración de los tratamientos y las consecuencias emocionales, económicas y sociales que implica. En ese contexto, la historia de Felipe también pone en foco la importancia del acompañamiento integral y de políticas públicas que contemplen estas realidades.
Durante el proceso, Germán y Agustina reflexionaron muchas veces sobre las desigualdades que existen entre las familias que atraviesan una enfermedad oncológica en la infancia. “Nosotros tuvimos apoyo, cobertura médica y una red que nos sostuvo. Pero no todos los papás cuentan con lo mismo”, plantea. De allí su compromiso con la visibilización de la Ley Oncopediátrica, que busca garantizar derechos básicos para las familias en esta situación.
Transporte, licencias laborales, acompañamiento psicológico, viviendas adecuadas y acceso equitativo a los tratamientos son algunas de las necesidades que surgen cuando un niño enferma gravemente. “Esta lucha no es política ni partidaria. Es por derechos. Porque los padres atravesamos lo peor que puede vivir una persona”, sostiene.

Hoy, con el alta definitiva de Felipe, comienza una nueva etapa. Una vida sin tratamientos activos, sin internaciones, con controles que ya quedaron atrás y con la posibilidad de proyectar a futuro sin el peso constante de la enfermedad. Felipe vuelve a ser, simplemente, un niño de 6 años que juega, va a la escuela y sueña.
La campana que sonó en el Fleming no borró lo vivido, pero le dio otro sentido. Fue un cierre, un agradecimiento y también un mensaje de esperanza para otras familias que transitan caminos similares. En medio de los pasillos de un hospital, el eco de ese sonido recordó que existen finales que merecen ser celebrados.

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