La Voz

A más contactos, más grieta. Esa es la tesis incómoda, pero empíricamente fundada, que propone un estudio reciente publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), una de las revistas científicas más prestigiosas del mundo. Contra la intuición dominante, los autores sostienen que el aumento de la interacción social, lejos de acercarnos, puede empujarnos a una polarización política cada vez más profunda y persistente.

“¿Por qué más interacciones sociales conducen a una mayor polarización en las sociedades?“, es el título.

La idea choca con el sentido común. Durante años, repetimos que más diálogo implicaría más entendimiento; que la exposición a ideas distintas moderaría las posiciones extremas; y sobre todo, que las redes sociales, al conectar personas de diferentes opiniones, funcionarían como un antídoto contra la fragmentación.

Pero el trabajo, firmado por Stefan Thurner, Markus Hofer y Jan Korbel, sugiere exactamente lo contrario: hay un punto a partir del cual más vínculos sociales producen un salto abrupto hacia sociedades partidas en dos.

El dato que incomoda

El estudio parte de una constatación empírica difícil de refutar. En las últimas dos décadas, el número promedio de vínculos sociales cercanos (amigos, personas con las que se discuten temas importantes) se duplicó en varios países occidentales.

En Estados Unidos, por ejemplo, pasó de poco más de dos a más de cuatro por persona. Ese aumento coincide temporalmente con la expansión de los smartphones (teléfonos inteligentes) y las redes sociales, a partir de 2008

En paralelo, también se disparó la polarización política. Encuestas del Pew Research Center muestran que demócratas y republicanos no solo se alejaron ideológicamente, sino que lo hicieron de manera acelerada a partir de la última década.

El indicador de polarización utilizado por el estudio creció de forma abrupta desde 2010, justo cuando la conectividad social dio el salto más marcado.

Suele decirse que correlación no implica causalidad. Por eso los autores no se quedan en la descripción y construyeron un modelo que intentó responder una pregunta clave: “¿puede el aumento de las interacciones sociales, por sí solo, explicar el crecimiento de la polarización?»

Modelo simple, conclusión inquietante

El corazón del trabajo es un modelo matemático que simula una sociedad formada por individuos con opiniones políticas. Cada persona sostiene posturas binarias (a favor o en contra) sobre distintos temas. El promedio de esas posiciones define su “ideología”.

Los individuos están conectados en una red social que distingue entre amigos y enemigos, y actualizan tanto sus opiniones como la calidad de sus vínculos en función de con quién coinciden y con quién no.

El modelo incorpora dos principios bien documentados en ciencias sociales. El primero es la homofilia: la tendencia a relacionarse con personas que piensan parecido.

El segundo es el equilibrio social: la necesidad de reducir tensiones cognitivas, evitando situaciones incómodas como ser amigo de dos personas que se odian entre sí. Estos mecanismos, combinados, generan dinámicas complejas.

“Los autores crearon un modelo matemático sencillo pero realista, inspirado en la física de los sistemas complejos, que incluye dos comportamientos humanos muy básicos: la homofilia (nos hacemos amigos de quienes piensan parecido a nosotros) y el equilibrio social (preferimos configuraciones “cómodas”, como que mis amigos odien a mis enemigos)“, analizó el psiquiatra español Pablo Malo.

Y agrega: “Los resultados muestran que, mientras el número de contactos sea bajo, la sociedad mantiene una diversidad de opiniones sin grandes divisiones. Pero al superar un umbral crítico de conectividad (alrededor de 5-6 amistades positivas por persona), ocurre una ‘transición de fase’ repentina: la población se divide en dos grandes bandos opuestos, cada uno con aproximadamente la mitad de la gente, donde dentro de cada grupo hay mucho acuerdo y entre grupos mucho rechazo. Esto genera cámaras de eco y polarización extrema”.

No es un proceso gradual. Es un quiebre. Como el agua que de pronto hierve, la sociedad pasa de un estado relativamente plural a otro dominado por la lógica del “nosotros contra ellos”.

Cuando se supera ese umbral, el modelo muestra que las personas se reorganizan en dos comunidades casi iguales en tamaño, con ideologías opuestas. Dentro de cada grupo hay fuerte consenso; entre grupos, antagonismo. La diversidad interna se reduce y la distancia entre bandos se amplifica.

Este fenómeno ayuda a explicar por qué el aumento de la exposición a opiniones contrarias no necesariamente modera posturas. En muchos casos, ocurre lo contrario, ya que el contacto refuerza identidades y endurece creencias. Ver al otro no como alguien diferente, sino como un adversario.

El estudio también incorpora otro elemento clave del ecosistema actual: los “influencers radicalizados”. Basta una pequeña fracción de individuos con opiniones extremas y fijas (alrededor del 2%) para modificar drásticamente la dinámica.

En su presencia, la polarización ya no aparece de golpe, sino de forma más progresiva, pero comienza a niveles de conectividad más bajos.

El pasado no vuelve solo

Uno de los hallazgos más inquietantes es el llamado “efecto histéresis”. Una vez que la sociedad cruza el umbral y se polariza, no basta con retroceder un poco para volver al estado anterior. Reducir la conectividad social al nivel previo no deshace automáticamente la grieta.

Para despolarizar, haría falta un descenso mucho mayor.

Eso significa que una vez instalada, la polarización política tiene memoria. Se sostiene incluso cuando desaparecen algunas de las condiciones que la generaron. Esto ayuda a entender por qué los climas de confrontación persisten aun cuando cambian gobiernos, agendas o liderazgos.

Los autores son cuidadosos y no afirman que la conectividad sea el único motor del fenómeno. Señalan otros factores relevantes, como el aumento del gasto en campañas políticas o los incentivos institucionales que premian la confrontación.

Donald Trump camina por la alfombra roja antes de la 48ª edición de los premios Kennedy Center Honors, el domingo 7 de diciembre de 2025, en el Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas en Washington. (AP/ Julia Demaree Nikhinson)

Pero sí sostienen que el incremento de las interacciones sociales, en sí mismo, es suficiente para explicar buena parte del fenómeno observado en las últimas décadas.

El modelo logra reproducir con notable precisión tanto el momento como la magnitud del aumento de la polarización en Estados Unidos, usando como único parámetro variable el crecimiento de la conectividad social. El resto de los supuestos se mantiene constante.

¿Hay salida?

El trabajo no ofrece soluciones mágicas. De hecho, descarta una opción irrealista que sería la de reducir drásticamente los contactos sociales. Nadie va a desconectarse del mundo digital para salvar la democracia.

Sin embargo, señala dos caminos posibles. El primero es aumentar la tolerancia social, entendida como una menor sensibilidad al desacuerdo. En el modelo, sociedades más tolerantes retrasan el umbral de polarización.

Esto apunta directamente a la educación cívica y política.

El segundo camino es limitar la influencia desproporcionada de minorías radicalizadas. Regulaciones sobre plataformas, moderación de contenidos y estrategias para interrumpir procesos de radicalización podrían elevar el umbral crítico y mitigar el fenómeno.

También se mencionan estrategias más finas, como fomentar vínculos “puente” entre grupos opuestos. Es decir, relaciones que no buscan convencer, sino humanizar al otro.

​A más contactos, más grieta. Esa es la tesis incómoda, pero empíricamente fundada, que propone un estudio reciente publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), una de las revistas científicas más prestigiosas del mundo. Contra la intuición dominante, los autores sostienen que el aumento de la interacción social, lejos de acercarnos, puede empujarnos a una polarización política cada vez más profunda y persistente.“¿Por qué más interacciones sociales conducen a una mayor polarización en las sociedades?“, es el título.La idea choca con el sentido común. Durante años, repetimos que más diálogo implicaría más entendimiento; que la exposición a ideas distintas moderaría las posiciones extremas; y sobre todo, que las redes sociales, al conectar personas de diferentes opiniones, funcionarían como un antídoto contra la fragmentación. Pero el trabajo, firmado por Stefan Thurner, Markus Hofer y Jan Korbel, sugiere exactamente lo contrario: hay un punto a partir del cual más vínculos sociales producen un salto abrupto hacia sociedades partidas en dos.El dato que incomodaEl estudio parte de una constatación empírica difícil de refutar. En las últimas dos décadas, el número promedio de vínculos sociales cercanos (amigos, personas con las que se discuten temas importantes) se duplicó en varios países occidentales. En Estados Unidos, por ejemplo, pasó de poco más de dos a más de cuatro por persona. Ese aumento coincide temporalmente con la expansión de los smartphones (teléfonos inteligentes) y las redes sociales, a partir de 2008 En paralelo, también se disparó la polarización política. Encuestas del Pew Research Center muestran que demócratas y republicanos no solo se alejaron ideológicamente, sino que lo hicieron de manera acelerada a partir de la última década. El indicador de polarización utilizado por el estudio creció de forma abrupta desde 2010, justo cuando la conectividad social dio el salto más marcado.Suele decirse que correlación no implica causalidad. Por eso los autores no se quedan en la descripción y construyeron un modelo que intentó responder una pregunta clave: “¿puede el aumento de las interacciones sociales, por sí solo, explicar el crecimiento de la polarización?»Modelo simple, conclusión inquietanteEl corazón del trabajo es un modelo matemático que simula una sociedad formada por individuos con opiniones políticas. Cada persona sostiene posturas binarias (a favor o en contra) sobre distintos temas. El promedio de esas posiciones define su “ideología”. Los individuos están conectados en una red social que distingue entre amigos y enemigos, y actualizan tanto sus opiniones como la calidad de sus vínculos en función de con quién coinciden y con quién no.El modelo incorpora dos principios bien documentados en ciencias sociales. El primero es la homofilia: la tendencia a relacionarse con personas que piensan parecido.El segundo es el equilibrio social: la necesidad de reducir tensiones cognitivas, evitando situaciones incómodas como ser amigo de dos personas que se odian entre sí. Estos mecanismos, combinados, generan dinámicas complejas.“Los autores crearon un modelo matemático sencillo pero realista, inspirado en la física de los sistemas complejos, que incluye dos comportamientos humanos muy básicos: la homofilia (nos hacemos amigos de quienes piensan parecido a nosotros) y el equilibrio social (preferimos configuraciones “cómodas”, como que mis amigos odien a mis enemigos)“, analizó el psiquiatra español Pablo Malo. Y agrega: “Los resultados muestran que, mientras el número de contactos sea bajo, la sociedad mantiene una diversidad de opiniones sin grandes divisiones. Pero al superar un umbral crítico de conectividad (alrededor de 5-6 amistades positivas por persona), ocurre una ‘transición de fase’ repentina: la población se divide en dos grandes bandos opuestos, cada uno con aproximadamente la mitad de la gente, donde dentro de cada grupo hay mucho acuerdo y entre grupos mucho rechazo. Esto genera cámaras de eco y polarización extrema”.Según este artículo, el aumento de la polarización política en las sociedades occidentales no es casualidad: coincide exactamente con la explosión de las redes sociales y los smartphones a partir de 2008-2010. La causa, curiosamente, sería que en ese periodo, el número promedio…— Pablo Malo (@pitiklinov) December 15, 2025No es un proceso gradual. Es un quiebre. Como el agua que de pronto hierve, la sociedad pasa de un estado relativamente plural a otro dominado por la lógica del “nosotros contra ellos”.Cuando se supera ese umbral, el modelo muestra que las personas se reorganizan en dos comunidades casi iguales en tamaño, con ideologías opuestas. Dentro de cada grupo hay fuerte consenso; entre grupos, antagonismo. La diversidad interna se reduce y la distancia entre bandos se amplifica.Este fenómeno ayuda a explicar por qué el aumento de la exposición a opiniones contrarias no necesariamente modera posturas. En muchos casos, ocurre lo contrario, ya que el contacto refuerza identidades y endurece creencias. Ver al otro no como alguien diferente, sino como un adversario.El estudio también incorpora otro elemento clave del ecosistema actual: los “influencers radicalizados”. Basta una pequeña fracción de individuos con opiniones extremas y fijas (alrededor del 2%) para modificar drásticamente la dinámica. En su presencia, la polarización ya no aparece de golpe, sino de forma más progresiva, pero comienza a niveles de conectividad más bajos.El pasado no vuelve soloUno de los hallazgos más inquietantes es el llamado “efecto histéresis”. Una vez que la sociedad cruza el umbral y se polariza, no basta con retroceder un poco para volver al estado anterior. Reducir la conectividad social al nivel previo no deshace automáticamente la grieta. Para despolarizar, haría falta un descenso mucho mayor.Eso significa que una vez instalada, la polarización política tiene memoria. Se sostiene incluso cuando desaparecen algunas de las condiciones que la generaron. Esto ayuda a entender por qué los climas de confrontación persisten aun cuando cambian gobiernos, agendas o liderazgos.Los autores son cuidadosos y no afirman que la conectividad sea el único motor del fenómeno. Señalan otros factores relevantes, como el aumento del gasto en campañas políticas o los incentivos institucionales que premian la confrontación. Pero sí sostienen que el incremento de las interacciones sociales, en sí mismo, es suficiente para explicar buena parte del fenómeno observado en las últimas décadas. El modelo logra reproducir con notable precisión tanto el momento como la magnitud del aumento de la polarización en Estados Unidos, usando como único parámetro variable el crecimiento de la conectividad social. El resto de los supuestos se mantiene constante.¿Hay salida?El trabajo no ofrece soluciones mágicas. De hecho, descarta una opción irrealista que sería la de reducir drásticamente los contactos sociales. Nadie va a desconectarse del mundo digital para salvar la democracia.Sin embargo, señala dos caminos posibles. El primero es aumentar la tolerancia social, entendida como una menor sensibilidad al desacuerdo. En el modelo, sociedades más tolerantes retrasan el umbral de polarización. Esto apunta directamente a la educación cívica y política.El segundo camino es limitar la influencia desproporcionada de minorías radicalizadas. Regulaciones sobre plataformas, moderación de contenidos y estrategias para interrumpir procesos de radicalización podrían elevar el umbral crítico y mitigar el fenómeno.También se mencionan estrategias más finas, como fomentar vínculos “puente” entre grupos opuestos. Es decir, relaciones que no buscan convencer, sino humanizar al otro.  ​

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