Tanto en relación con las magnitudes como con los tiempos, la estrategia del libertario parece ser la misma. No hacer caso a la inicial debilidad parlamentaria que presenta e intentar avanzar de modo avasallante, rápido y profundo en las reformas que cree necesarias.
El problema es que la estrategia lo pone en peligro de rifar muy rápidamente la legitimidad de origen y una derrota, en la Justicia o en el Congreso, generarían una crisis temprana imposible de prever. Al plan no le falta osadía y responde a la intención de hacer lo más doloroso mientras dura la luna de miel electoral. Pero la inmediata reacción contraria, tanto en la calle como entre quienes entienden de cuestiones constitucionales, establece un límite que aún no se adivina cómo será salvado. Por supuesto que tampoco está claro el resultado del tránsito legislativo del DNU.
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