La defensa de Fernando Burlando sigue analizando minuciosamente la carga probatoria en la investigación del asesinato del joven de 18 años.
Decenas de videos constan en la causa, pero uno les llamó especialmente la atención. La cámara de una heladería registró el momento inmediatamente posterior al crimen de Fernando Báez Sosa y podría ser clave para dar con nuevos implicados en el hecho.
En las imágenes puede verse al grupo de los diez imputados que se reúne, abraza y emprende la tranquila huida. Apenas segundos después de haber asesinado a Fernando Báez Sosa a patadas en la cabeza frente al boliche Le Brique donde lo habían provocado para pelear minutos antes.
Pero en esa reunión, que pareciera conformar un tercer tiempo de festejos, el grupo de rugbiers de Zárate no está solo: hay un joven más y así el número 11 vuelve a escena. Pero esta vez no será Pablo Ventura a quien le hicieron pasar cuatro días preso sin siquiera haber estado en la Villa Gesell la noche del crimen.
Desde que la instrucción de la UFI descentralizada número 6 de Villa Gesell a cargo de la Dra. Verónica Zamboni, contó con la pericia que se realizó a los diez celulares secuestrados en la causa (incluido el del ya sobreseído Pablo Ventura y sin que todavía se encuentre el de Ayrton Viollaz), empezaron las dudas respecto del número final del grupo de rugbiers que atacó por la espalda hasta matar a Fernando.
Todo comenzó con los chats en el grupo que los imputados habían armado en whatsapp para sus vacaciones. Allí, minutos después del asesinato, un teléfono con el apodo “Salvi” preguntó si hubo una pelea. Ese joven es para la fiscal un amigo del grupo que iba a viajar pero se bajó a último momento.
Ese chat reveló otro nombre que esta vez parece ser parte del grupo que atacó a Fernando. El número 11 sería un joven apodado “Pipo”. Quien lo nombra es Matías Benicelli, que informó pasadas las 5 am de aquel 18 de enero estar “volviendo a la casa con Pipo”.
Pero “Pipo” no solo quedó en ese chat y para dar cuenta de ello hay que volver a revisar el video registrado por la cámara de la heladería donde se ve al grupo reunido festejando. Con una mirada atenta se puede individualizar a cada uno de los diez imputados pero aparece allí un número 11.
Un joven alto, de tez blanca, enteramente vestido de negro es ahora parte del grupo que hace segundos y a metros de allí mató a Fernando. Se lo ve con una campera con capucha mirando al resto y esperando como todos al líder de esa violenta manada, quien acababa de llevarse “como trofeo” (según sus propias palabras a través del relato de múltiples testigos) la vida de Fernando, Máximo “Machu” Thomsen.
Son apenas algunos segundos en que se puede ver al joven. ¿Se trata del mismo “Pipo” del chat? ¿Qué participación tuvo en el crimen? ¿Puede ser identificado de forma fehaciente? Preguntas que se hace la defensa del Dr. Fernando Burlando y que llevará al despacho de la Dra. Verónica Zamboni esta misma semana.
Para la fiscal, autora hasta el momento de una de las instrucciones más ágiles y efectivas de la que se tenga registro en los últimos años, “Pipo” no es sorpresa. Ella también detectó al joven analizando minuciosamente los chats y videos que obran en la causa.
Pero más allá de quien sea, él no quedó registrado en ninguna de las pruebas que podrían incriminarlo en el asesinato que constan en la causa. Es que no fue señalado por ningún testigo y no se lo puede ver en los videos realizando ningún tipo de acción violenta contra la integridad física de Fernando o de alguno de sus amigos.
A horas de que el juez de garantías de Villa Gesell David Mancinelli firme la prisión preventiva para ocho de los diez imputados, la investigación avanza a paso firme. Mientras tanto el país sigue llorando la absurda muerte de un joven de 18 años que tomaba un helado luego de haber sido agredido tras un empujón en un boliche en el que casi no se podía caminar.
Una muerte que busca justicia pero también convertirse en un punto de inflexión para que en adelante aquellos que son violentos, al menos, antes de pegar se prefiguren la posibilidad de acabar con una vida y así en parte terminar con la propia, porque pagarán con muchos años de cárcel.
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