En la primera votación de relevancia para el futuro del país que encaró la nueva composición del Congreso, el arco opositor decidió dejar sin Ley de Presupuesto al Ejecutivo. Los mismos diputados que reiteran como un mantra la falta de un plan económico, le quitan una herramienta fundamental para trazar cualquier programa sin siquiera aceptar discutirlo.
El hecho de no contar con un mínimo acuerdo para aprobar la ley de leyes es una pésima señal en el marco de las negociaciones con el Fondo Monetario, en las que se requerirá cierto consenso para establecer un plan plurianual que permita comenzar a pagar la deuda de 44.500 millones de dólares que tomó el macrismo. También serán más difíciles las discusiones que tengan que ver con impuestos, que solo puede aprobarlo el Parlamento y que esta semana hubo un indicio de cuál será la actitud. No obstante, la pregunta que surge es cómo se puede gobernar sin Presupuesto; y hacerlo bien.
La negativa a tratarlo fue meramente política, con el objetivo de debilitar y posteriormente responsabilizar directamente al Ejecutivo el desempeño del próximo año; no solamente económico, ya que en el Presupuesto se definen las líneas de todas las áreas del Estado. A diferencia de otros países, la Argentina cuenta con la posibilidad de prorrogar el Presupuesto del ejercicio anterior, posibilitando el funcionamiento. Si bien no contar con un Presupuesto implicará mayores dificultades para redefinir partidas, el Ejecutivo tiene herramientas y puede tener una política progresiva, como fue en 2011, cuando por primera vez la Argentina, de la mano del Grupo A, se quedó sin ley de leyes.
Esta semana el presidente Alberto Fernández se reunió con algunos gobernadores, a quienes les aseguró la continuidad de las obras públicas en las provincias, el giro de fondos y mantener un «ordenamiento de las cuentas». En 2011, el gobierno de Cristina Fernández mantuvo un política expansiva, pese la fuerte restricción externa, con crecimiento real de los salarios y reducción de la pobreza.
El país había tenido el año anterior (2010) un fuerte rebote de 10,1 por ciento, luego de tres años de impacto del crac financiero global que desató la crisis de impago de las hipotecas de alto riesgo. Al año siguiente creció un 6 por ciento, según reflejan las cifras de entonces difundidas por el INDEC y «revisadas» bajo la gestión de Cambiemos. Obviamente el efecto tanto para la Argentina como para el mundo de las hipotecas subprime quedó ampliamente superado por el impacto de la pandemia y los últimos dos años de Cambiemos, el rebote de este año será de la misma magnitud y, con medidas correctas podría asegurarse un año de crecimiento con inclusión social.
Seguramente se requerirá de mayor negociación en el Congreso con el arco opositor, pero también de un Ejecutivo que trabaje de manera aceitada y coordinada para definir políticas en la búsqueda del rumbo esperado.
Cómo fue gobernar sin Presupuesto
A tres años del estallido financiero que genero la bancarrota del gigante de Wall Street Lehman Brtothers, la economía argentina lograba en 2010 un repunte de dos dígitos y se encaminaba a recuperar un sendero de crecimiento, aunque lejos de las tasas «china» de años anteriores. En 2009 el Producto había caído 5,9 por ciento. En 2010, el Grupo A, compuesto entonces por el radicalismo, el peronismo disidente y la centroderecha macrista, dejaron si Presupuesto al Gobierno para el año siguiente. Ese año la economía creció 6 por ciento, sobre los 10 que había repuntado el año previo.
El desempeño del Producto Bruto Interno argentino alcanzó así ese año el puesto 24 de los 196 países que releva el FMI. La economía Argentina creció un 94 por ciento entre los años 2002 y 2011, de acuerdo con las cifras de ese momento del organismo multilateral de crédito. Fue el crecimiento más rápido durante este período para el hemisferio occidental, y una de las mayores tasas de crecimiento del mundo.
La imposibilidad de contar con un Congreso que colabore con el Ejecutivo no impidió que, aún sin Presupuesto, se lanzaran medidas que apuntaron directamente a buena parte de la clase media baja y a las pymes. En ese año se reforzaron las partidas para los Créditos del Bicentenario, para el acceso a la vivienda; se modificó la ley de Quiebras en favor de las fábricas recuperadas; se lanzó el Plan Remediar, que implicó la fabricación pública de medicamentos a bajo precios, y se estableció un programa de Inclusión socioeconómica en áreas rurales.
Hubo debate en el Congreso de algunos proyectos importantes, como la ley de Servicios Financieros y la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas y un política rural de largo plazo plasmada en el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial Participativo y Federal 2010-2016, de autoría del entonces y actual ministro de Agricultura, Julián Domínguez, que nunca se pudo poner en marcha.
También se estimuló la demanda, especialmente en electrónicos, a partir de descuentos con tarjetas en los supermercados, lo que se convirtió en un motor para el consumo y un estímulo para la producción en el país de computadoras y el ensamble de teléfonos celulares inteligentes.
Esas políticas no sólo apuntalaron el crecimiento sino que lograron además redistribuir la renta de una manera más equitativa, lo que se reflejó en el rotundo triunfo Cristina Fernández a su reelección, con el 54 por ciento de los votos.
En ese momento, la extrema pobreza había disminuido de abarcar a una cuarta parte de la población en 2001 a aproximadamente alcanzar a uno en cada quince hogares. Ese año el gasto en la Asignación Universal por Hijo alcanzó el 0,6 por ciento del PIB en 2011, muy por encima de los planes de cobertura de otros países, como Brasil y México, que habían destinado hasta un 0,4 por ciento. Pese a ello, el resultado primario fue negativo en apenas 0,3 puntos del Producto; es decir, no hubo «derroche» de recursos.
No fue sencillo ni faltaron problemas
La puja distributiva no estuvo ausente y ese año la inflación se aceleró hasta cerrar el año en un 27 por ciento. Las causas son similares a las actuales y los jugadores en contra también. Ese año, por ejemplo, la faena de hacienda vacuna fue la menor en 22 años en el país, según su propia cámara patronal del sector, tensionando los precios en la góndola. Eso derivó en una fuerte caída del consumo doméstico, de la cual aún no se recupera, y muchos en los cambios de hábito de la población en la ingesta de proteína animal.
También hubo tensiones con el dólar con un sector agroexportador que mantuvo su guerra contra el Gobierno y retaceó el ingreso de divisas, lo que derivó en un menor nivel de reservas y en la necesidad de aplicar restricciones a la compra de dólares. La balanza comercial para el 2011 se había vuelto negativa. La erosión se produjo por mayor crecimiento de las importaciones por sobre las exportaciones, dado que la restricción externa comenzó a hacerse sentir en la compra de insumos necesaria para mantener los niveles de producción. Previo a esa medida, la demanda neta residentes del sector privado no financiero y los pagos en concepto de rentas habían superado los 11.000.millones de dólares de libre disponibilidad, según el informe cambiario de ese año del Banco Central. .
La eliminación del cepo se convirtió en el caballo de batalla de la oposición para criticar el Gobierno. Y su desmantelamiento fue le promesa de campaña del macrismo durante el 2015, que siendo Gobierno lo quitó y lo tuvo que volver a reponer, no sin antes dejar fugar en el tránsito casi 100.000 millones de dólares que cubrió con endeudamiento,
En materia de poder adquisitivo, se mantuvo la decisión política de que los salarios le ganasen a la inflación y los gremios jugaron sobre ese terreno. Frente a un 27 de inflación, la más alta hasta ese momento del kirchnerismo, los acuerdos paritarios se ubicaron en torno al 33 por ciento –con excepción de Enseñanza y Construcción que cerraron debajo del índice de precios minoristas–; y bajo un escenario en que no habían sufrido el recorte que tuvieron en los últimos seis años. La pobreza tocó entonces ese año un piso de 4,8 por ciento de los hogares, mientras que la indigencia se ubicó en el 1,8 por ciento de la población. Todo esto sin Presupuesto.
Es verdad que estos resultados se lograron sin la intromisión del Fondo en la política económica del país, la cual había sido eliminada por ex presidente Néstor Kirchner, al pagarle la deuda heredada y sacarse de encima recetas y condicionalidades; algo que hoy es imposible de imaginar por la magnitud de la deuda que tomó el macrismo. Tampoco estaba el peso de la deuda. En ese año representaba menos del 38 por ciento del PIB y no más del 85 por ciento –y fuertemente dolarizada– que heredó Alberto Fernández. De todos modos, la experiencia muestra que poder se puede, solo hay que querer e ir con firmeza hacía ello.
Deja tu comentario!