Rescatar a quienes mucho hicieron es un acto de justicia. El entrenador ganó con Costa Brava, Ferro de Pico, All Boys y Estudiantil, y fue cuatro veces campeón del torneo Provincial. Ninguno pudo tanto.
Los tiempos acumulados son parte de nuestra historia, de nuestra vida, y cimentaron lo que somos hoy, para bien, o para mal. Hay quienes creen a pies juntillas que todo tiempo pasado fue mejor, y no sé si estoy tan de acuerdo con eso. Porque resignarse a pensar así sería creer que nada de lo que vendrá valdrá la pena de la misma manera que aquello que añoramos. Sí me parece que es bueno tener presente lo que pasó, lo que vivimos, los recuerdos que nos retrotraen a otros momentos. Para valorar y reivindicar las cosas buenas y, por qué no -quizás con un dejo de contrición, con algo de pudor- echar un piadoso manto de olvido sobre aquellas cosas que no hicimos bien, y de las que tal vez estamos algo arrepentidos.
Las nostalgias, las remembranzas, hacen a la historia personal de cada uno, y no está mal tener esas sensaciones a mano. En distintos ámbitos de la sociedad hay personas que se perpetúan en la memoria de los demás por lo que han hecho o por lo que le dieron.
En ese lenguaje tantas veces grandilocuente que usamos al hablar de deportes, estoy convencido que podría decirse que también allí hay próceres. Sí, ilustres nombres que serán citados siempre cuando se mencionen hazañas deportivas. Si hablamos del fútbol argentino seguramente vendrán los nombres de Adolfo Pedernera, de César Menotti, de Diego, de Pasarella, Kempes, Bochini y tantos otros. Y si nos referimos a nuestro terruño -más allá que cada uno podrá indicar a quien le parezca-, seguro en un sitial de honor deben estar Edilio Zabala, Juan Carlos Facio -aunque nunca se debe haber dado cuenta bien quién fue para nuestro fútbol-, El Gato Villalba -quizás un caso parecido al de «Colores-, Nicollier, Luis Cervio, y tantos… Y podrá haber discusiones sobre qué otros podrían integrar ese podio imaginario, pero nadie dudará de ubicar allí, muy arriba, a Norberto José Aragónes (69).
Un campeón de verdad, un personaje ineludible de nuestra historia futbolera.
El chico de Costa.
Hijo de una familia humilde, con papá Osvaldo trabajando para Molinos Fénix -«iba por los pueblos en una chata tirada por cuatro caballos distribuyendo harina», cuenta-, y de mamá Ángela, nacida en General Acha; José tuvo ocho hermanos, de los cuales sobreviven Luis, David, Domingo, José y María.
«Vivimos cuando yo era chico en la calle 27, a una cuadra de la cancha chiquita de Costa Brava. Fui a la Escuela 66 y era buen alumno, pero sólo empecé primer año de secundario y dejé», empieza con su historia.
Son las 11 de una mañana soleada en General Pico, y en la céntrica confitería O’lar, encuentro a José. Llegué especialmente de Santa Rosa para hacerle la nota, porque me parecía que era necesario saber un poco más de él, cómo fue y como es la vida de este multicampeón del fútbol provincial, ya en la etapa del sosiego.
El pelo ya totalmente blanco, algunas marcas de la vida surcándole el rostro y el hablar pausado… José se presta gustoso para las fotos y apenas si admite que fue actor de una época que, que duda cabe, fue hermosa. Aquellos años de campeonatos primero como jugador de «su» Costa Brava amado; aunque haya sido un ineludible referente del mejor Ferro de Pico de la historia, aquel que disputó y ganó tantos campeonatos, que participó de los regionales, y que supo jugarle a Boca Juniors, Talleres y Newell’s por el torneo Nacional.
Fue protagonista como entrenador de esas jornadas de tribunas prietas y rumorosas, con ese colorido y esa fiesta que eran los domingos de aquellos años. Esos que los jóvenes de hoy sólo aprecian por televisión, porque no saben que en nuestras canchas también se reunían multitudes. Como aquella tarde de 1989 cuando al Coloso de Ferro de Pico llegó el Boca del Loco Gatti, Ruggeri, Gareca y otros monstruos del fútbol nacional.
Dejó la música por el fútbol.
José empezó jugando en Costa Brava, y ya a los 13 años disputó su primer partido de primer división, «aprovechando que en un partido en Quemú faltó un jugador. Y como yo vivía en la cancha de Costa, y viajaba a todos lados con el equipo, me tocó entrar». Dicen que José jugaba bien, pero que le gustaba demasiado la pelota. Bah!, que era un morfón…
A los 11 empezó a trabajar, porque había que «parar la olla» de una familia numerosa: «Desde chico estuvo en el pañol de herramientas de la agencia Chevrolet, de los Belfiori, y de allí mi gusto por el automovilismo. Eran los tiempos de Cachi Castaño», rememora.
Después de ser campeón con su equipo del barrio, los Belfiori, que eran dirigentes de Independiente, le pidieron que se hiciera cargo de las inferiores del rojo piquense porque ya había mostrado su inclinación por la enseñanza entrenando chicos de Costa. «Hablé con los dirigentes y me dijeron que sí, pero que no jugara más. Tenía nada más que 25 años, y por mi amor por el fútbol no sólo que no jugué más, sino que además dejé la orquesta en la que tocaba la guitarra y el bajo», dice como al pasar.
¿Cómo era eso? «Sí, la orquesta se llamaba Los Americanos, y amenizábamos bailes y nos ganábamos unos pesos. ¿No la sabía esa, no?», me dice. «Resulta que habíamos quedado con los otros integrantes del grupo que los instrumentos eran de la orquesta, y si alguien se iba nadie se llevaba nada. Yo les pedí y me dieron un bongó… todavía lo tengo», sonríe.
Campeón, siempre campeón.
Es difícil intentar una síntesis de su historia futbolera, porque al referirse a cada año, a cada equipo que dirigió, José tendrá una mención para un partido en especial, o para un jugador en particular, y la charla se alarga mientras el café se enfría lentamente.
Dirigió inferiores en Costa, luego en Independiente, donde los dirigentes -Salvador Ananía y Petit de Merville- le pidieron que empezara a armar un equipo con jugadores del club, y así lo iba a hacer entre 1972 y 1976 con un plantel que hizo grandes torneos; el regreso a Costa, el paso por Cochicó de Victorica en 1978. «Aranda Valenzuela que era el presidente me dijo que me pagaba ir a ver el mundial si ganábamos la liguilla, y me ví el mundial. En Cochicó jugaban El Negro Alzamendi, Tony Pescara… era buen equipo», rememora.
Después vino Ferro de Alvear, Ferro de Pico entre 1980 y 1987 para ganar todo lo que se jugara, vuelta a Costa para dirigir en un regional en que jugó Juan Carlos Aymú; otra vez Ferro de Pico para el Nacional; y en 1990 All Boys de Santa Rosa para ser, otra vez, no podía ser de otra manera, campeón. «Me acuerdo de todos, como el Mula Aymú, el Topo González, El Vasco Beascochea, Luis Arbinzetti, El Chavo Loyola que metía muchos goles, y también el Pitón Cepeda al que puse de 9 porque de 4 tenía a Fabio Gatica».
Sumó títulos con Estudiantil de Castex, otra vez con Ferro de Pico en 2005, en 2006 ascendió a All Boys de Trenel, ascendió a Costa en 2010; y volvió a dirigir al equipo trenelense en 2014.
Ganó una decena de campeonatos de liga, y nada menos que cuatro veces el Provincial: con Ferro de Pico, con Costa Brava fue bicampeón, y también con Estudiantil. Y tanta ha sido su influencia que en el Provincial tres de esos títulos fueron consecutivos: 1999 y 2000 con Costa y en el 2001 con Estudiantil. Y además se impuso con los castenses en el Provincial Sub 20. Como para que Juan Carlos Carassay no le diera en su fiesta de El Invitado el premio al «Gran triunfador pampeano».
Equipos y jugadores.
Aún así José tiene la humildad de reconocer que aquel All Boys de Facio, Zabala, Rechimont, el Pity Kraemer, El Negro Cejas y otros fue, quizás, uno de los mejores. «Era un equipazo y Juan Carlos Facio un crack que marcó un antes y un después». Pero también tiene tiempo para elogiar a otros -aunque seguro muchos que quisiera nombrar no entrarían en esta página-, como Tito Vicente, que era «algo indolente, pero terminó jugando en Lanús; y Luis Cervio que era un profesional desde que tenía 11 años. Hubo muchos… Calaca Di Francisco fue un enorme jugador; los hermanos Negrotto… y tantos».
Pero seguro que un equipo que tiene en la memoria es el que jugó aquella vez contra Boca: Cacho López; Wagner, Horacio Luna, Pablo Scamporrino y Lencina; Raúl Vicente, Ribolzi, Peracca; Rito Fernández, El Negro Contreras y Nicollier. Después entraron El Loro Rodríguez, Necochea y Cervio.
Hoy José vive en el Barrio Rucci, lejos de la opulencia que tanta gloria deportiva podría suponer. Jubilado pasa sus horas entre la mesa futbolera de O’lar, y las tardes en las canchitas suburbanas enseñando los secretos de la pelota a los más chicos. Del Club Ranqueles lo han convocado para asesorar, y por ahora lo piensa. Ya se verá.
De verdad no sé si hubo un tiempo pasado que fue mejor. Quizás no.
Pero sí es cierto que hubo un tiempo que fue hermoso… Y entonces por qué no tenerlo allí, presente, redivivo, si eso nos hace bien. Si recordando no le hacemos mal a nadie y por el contrario nos llenamos el alma, alimentamos el espíritu. Claro que sí… Y más si, como en su caso, José, fue parte importante de esa historia futbolera, ¿por qué no?
«Hijos del corazón».
José Aragonés habla en un susurro, y casi no expresa emociones por más que lo que cuente amerite el orgullo, o satisfaga la vanidad. Que al cabo todos somos humanos…
Pero José no. Habla desprovisto de petulancia, y me parece que no es una pose. Pero también es capaz de emocionarse… no por un torneo ganado con cualquier equipo, sino por otra razón que hoy es -son- la razón de su vida: «mis hijos… Angel José (23) y Rodrigo Jesús (21), que son mis sobrinos, pero son mis hijos del corazón. Los crié y vivo para ellos. Si hasta me dicen papá», y muestra una sonrisa que poco menos es un reflejo del alma.
«Vivo para ellos, y si la gente me saluda me gusta para que vean que supe hacerme querer… Y a veces apuesto con ellos: ‘si en esta cuadra no me saludan cinco les compro algo’, les digo», cuenta. Y no perderá nunca el juego porque siempre hay una mano en alto, un ‘chau José’ para el hombre que es, a su manera, un símbolo del fútbol de la provincia.
Explica que «el mayor nació con un problema de crecimiento, y la pasamos mal… Muchas veces prometieron que nos iban a entregar las vacunas que necesitaba pero nunca llegaban», comenta con algo de decepción por algunas promesas incumplidas.
Pero prefiere recordar a los que sí ayudaron: «Nelson Benito, que era secretario de Rubén Marín hizo la gestión, y por suerte llegaron las vacunas… Había que buscar a quien se las colocara, y allí el Tuco Leguizamón me dijo: ‘Cómo vas a pagar si mi señora es enfermera. Y ella se las colocó… Son gestos que no se olvidan. Y les agradezco de corazón, porque los chicos son todo para mí», se emociona.
¡Que hinchada que trajimos!.
En la cancha de Vélez el estruendo era infernal y llegaba a los vestuarios. Ferro de Pico jugaba con Boca por el Nacional de 1989 y era histórico para el fútbol provincial. «Cuando íbamos por el túnel El Ruso Ribolzi y Rubén Peracca me dijeron: ‘José, no salgamos solos, salgamos juntos con Boca’. Y tenían razón: Cuando entramos le dije a Juanca Martín (ayudante de campo): ¡Mirá qué hinchada trajimos!». 35 mil almas hacían temblar el cemento y, obvio, eran todos de Boca, salvo un puñadito hinchas del verde en lo alto de la popular. Pero como ingresaron juntos… ¿Quién se daba cuenta? ¿O sí?
Fuente: LaArena.com.ar
Foto: FutbolDelOeste.com.ar
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