Baby Etchecopar inició su programa de radio con unas sentidas palabras en homenaje a su mujer, Adriana Paz, quien falleció el viernes pasado tras batallar durante cuatro años contra un cáncer de colon. Estuvieron 37 años juntos, tuvieron dos hijos y tres nietos.
La locutora de El ángel del mediodía, su programa radial leyó luego la carta que Baby le escribió a su mujer, que no está exenta del polémico estilo que es la marca registrada del conductor.
«Un día me crucé con una hermosa mujer morocha a la que le pasaba lo mismo que a mí. Nos juntamos en una relación lejana; muy lejana a lo que los demás llamaban amor. Primero fue sobrevivir, después vivir y después para sentirnos más vivos -porque considerábamos que habíamos edificado esa red de contención que nosotros nunca habíamos tenido- nos jugamos a nuestros hijos. Y vinieron: uno, dos y tres, sin un pan debajo del brazo pero llenos de amor.
«El viernes la morocha se fue y se llevó mi corazón. Mis hijos tienen todos su vida y no sé qué sentido tiene ayudarlos tanto, si después te dicen que no les diste nada. A la morocha la voy a llevar toda la vida conmigo, ahora:
1- ¿Me quedo a esperar envejecer y morir? Esperando un «te quiero».
2- Pintarme el pelo de color caoba intentando sacarme años y pasar el medio mundo por un solos y solas, y enganchar un guacamayo, reseca de cirugías y juntar los 2 fracasos para poder gritar que no estoy solo.
3- Comprarme un traje gris y llevar a mis nietos al tren de la costa para que vean al sudoroso Barney, demostrando que se puede estar peor.
4- Hacerme amigotes de café y pensar que primero está la barra, Boca y Goyeneche, como una forma de saber que alguien va a mover el cajón de la cochería porque para eso están los amigos.
5- Seguir escuchando al lado del oído, como un carburador con la junta soplada, el típico boludo que te dice: «fuerza, vamos… fuerza, hacerlo por los pibes».
6- Comenzar a masturbarme en mi habitación a oscuras por la culpa y pensar que después de la desgracia que me paso, no tengo derecho a disfrutar un instante de mi vida y terminar como Kung Fu, ahorcado del perchero como un boludo, con los ojos blancos como el maestro, pero con el pene en lugar de la flauta, en una práctica escabrosa y papelonera.
7- Ir a la sociedad de fomento a contar mis hazañas radiales a los cuatro borrachos que juegan al truco y a eso de las siete de la tarde -con los broches en el pantalón-, pedalear a la luz de un dinamo deseando encontrar la lata de pate para preparar la cena, mientras me divierto con Los Ingalls. Tengo 63 y no me queda mucho tiempo, ya les conté lo que fui y soy capaz de hacer».
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