A medida que el calendario avanza y las elecciones legislativas de 2025 comienzan a delinearse en el horizonte político, en La Pampa, el peronismo gobernante parece desempolvar una fórmula que en el pasado le rindió frutos. La estrategia consiste en simplificar la contienda electoral en una dicotomía clara y contundente, un plebiscito sobre la identidad provincial frente a una fuerza externa. Si antes la consigna, no siempre explícita pero sí efectiva, fue “La Pampa o La Cámpora”, hoy el tablero se reconfigura hacia un nuevo enfrentamiento: “La Pampa o Milei”.
El oficialismo provincial, encabezado por el gobernador Sergio Ziliotto, ha sido uno de los más firmes en su postura crítica frente al gobierno nacional. La defensa de los recursos coparticipables, el reclamo por la paralización de la obra pública y la protección del “Estado presente” pampeano frente a la “motosierra” libertaria no son solo posturas administrativas; son los cimientos de un relato político que se construye día a día. Cada declaración, cada cruce, cada defensa de los intereses pampeanos busca trazar una línea nítida entre dos modelos antagónicos: el de una provincia ordenada, con servicios públicos y respaldo a la producción, y el de un proyecto nacional que, según la visión del peronismo local, amenaza con desfinanciarla y desmantelar sus estructuras.
Esta táctica, sin embargo, no es una novedad en el armado político del peronismo pampeano. Resuena con ecos de un pasado no tan lejano, cuando el adversario a vencer no estaba en la vereda de enfrente, sino dentro del propio movimiento. Durante los años de mayor influencia del kirchnerismo duro, el sector liderado por el exgobernador Carlos Verna supo consolidar su poder diferenciándose de La Cámpora y las corrientes más centralistas de Buenos Aires.
Aquella confrontación, más sorda pero igualmente estratégica, se basó en la defensa de una “pampeanidad” peronista, un modelo de gestión provincialista, con autonomía fiscal y decisiones ancladas en el “pago chico”. Se vendió la idea de un peronismo de La Pampa, para La Pampa, en contraste con una facción que, según ese relato, intentaba imponer directivas desde el poder central. La fórmula funcionó, consolidando una hegemonía que hoy Ziliotto hereda y adapta a los nuevos tiempos.
El enemigo ha cambiado, pero la lógica es la misma. El adversario ya no es una facción interna del peronismo, sino el propio Presidente de la Nación. El oficialismo pampeano busca capitalizar el fuerte sentido de pertenencia local y el federalismo arraigado en la provincia. La estrategia es clara: posicionarse como la única fuerza capaz de defender a los pampeanos de un ajuste que no distingue entre distritos y que, desde su perspectiva, atenta directamente contra el modelo de vida provincial.
Esta polarización deliberada pone en una encrucijada a la oposición local de Juntos por el Cambio y al incipiente armado libertario. ¿Cómo criticar al gobierno provincial sin quedar atrapados en la defensa de un ajuste nacional que frena obras y recorta fondos que benefician a sus propios comprovincianos? El peronismo los obliga a un juego incómodo, donde cualquier alineamiento con la Casa Rosada puede ser tildado de “anti-pampeano”.
Las elecciones de 2025 en La Pampa no se jugarán, por tanto, en los mismos términos que en el resto del país. Serán una medición de fuerzas entre la lealtad a un proyecto provincial consolidado y la adhesión a un cambio nacional disruptivo. El peronismo vuelve a apostar por su vieja y confiable fórmula: presentar la elección como una defensa de la fortaleza pampeana. La gran pregunta es si la muralla que en su momento contuvo a La Cámpora será igual de efectiva para frenar la ola de Javier Milei.
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