Cortar cebollas parece una tarea sencilla. Tomas el cuchillo, haces un par de cortes y listo. Pero no. Ahí está, el pequeño drama de cada cocinero: las lágrimas comienzan a brotar sin control, como si estuviéramos en la escena más emotiva de una película. No importa si eres un chef con años de experiencia o si apenas te aventuras en la cocina; las cebollas siempre ganan.
Pero, ¿por qué? ¿Qué tienen estas aparentemente inocentes verduras que nos hacen llorar sin piedad? La respuesta está en un fenómeno químico que las cebollas han perfeccionado a lo largo de millones de años, una especie de defensa natural contra quienes intentan devorarlas.
Dentro de cada cebolla hay pequeñas reservas de precursores de azufre, sustancias que permanecen inofensivas hasta que se comete el “crimen”: cortarla. En ese instante, una enzima llamada alinasa entra en acción y convierte estos compuestos en un gas irritante conocido como factor lacrimógeno. Este gas se libera al aire y, cuando entra en contacto con los ojos, irrita la córnea.
Tu cuerpo, que cree estar bajo ataque, reacciona de inmediato: las glándulas lagrimales se activan en un intento desesperado por expulsar la molesta sustancia. Y así, sin quererlo, terminamos llorando por culpa de una simple cebolla.
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