Como diría la abuela Lita: «con la comida no se juega…!!!».
Una tradición bien argentina y con la cual ni la inflación pudo, es el asado de amigos fijo de la semana, algunos lo hacen un miércoles para «cortar la semana», otros ya prefieren irse al jueves o viernes para irla cerrando.
La realidad es que el encuentro de amigos en torno a la mesa es casi «sagrado», y entre los aglutinantes está el asado, aunque a veces se intercala con otros menúes a los efectos de variar el mismo.
Y aquí es donde viene el nudo de la cuestión, el pasado viernes cuando se realizaba un tradicional encuentro gastronómico que se repito en una misma vivienda de bario norte viernes tras viernes, mientras los amigos esperaban que estuviera el asado comenzaron degustando los tradicionales «choris» a la espera del corte central, según cuentan, un vacío espectacular.
En un momento dado al parrillero designado le pareció oír ruidos provenientes del sagrado lugar donde el fuego convierte a la carne en un manjar para el deleite de los comensales, situado en el patio posterior de la vivienda, cuando fue a ver, se encontró con la parrilla vacía y alcanzo a ver la silueta de un ágil visitante no invitado que saltaba un tapial con el jugoso botín en sus manos.
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