
Después de la primera Guerra Mundial, pasó a formar parte de Yugoslavia y durante la Segunda fue ocupada por la Italia fascista y la Alemania nazi. Vuelta a manos de Yugoslavia, sufrió nuevamente durante la Guerra de los Balcanes hasta casi su destrucción total, en 1991, cuando Croacia buscó –y logró- su independencia. Sus habitantes, está claro, saben lo que es el dolor y el sufrimiento. Tal vez por eso tienen una pasión y fuerza voluntad superior al de otros pueblos. Allí, justamente, nació Petrovic, el 22 de octubre de 1964. Dicen que iba a llamarse John Fitzgerald, en memoria del presidente estadounidense asesinado (Kennedy), muy popular en Yugoslavia. Pero su abuela impuso Drazen, típico nombre yugoslavo que significa “bonito” y “cariñoso”. Hijo de Biserka y Jole, su hermano mayor, Aleksandar, jugador consagrado, fue su guía e inspiración, tanto en la vida como en el básquet.
Nada fue fácil para Drazen, quien nació con un problema congénito de caderas. Pero su pasión siempre pudo más. A veces siguiendo a su hermano en el club, incluso jugando hasta con el equipo femenino, y en otras en la calle, con amigos. Allí dio rienda suerte a su amor por la pelota. Con los chicos de la cuadra, en la hoy famosa calle Preradovic, hasta pusieron un reflector para jugar hasta bien tarde, sobre todo en verano. Hasta que un vecino se cansó y les destruyó el aro en el que jugaban. Drazen no se inmutó y al otro día, con sus compinches, pusieron uno nuevo. Incluso cuentan que, como represalia a aquel hombre, le lanzaron un cartucho de dinamita a su balcón, lo que generó por meses una investigación de la Policía de Sibenik que nunca dio con el responsable, aunque no pocos creyeron que había sido el propio Drazen…
Ya era un talento de la ciudad cuando, a los 12 años, volvieron los dolores de cadera y tuvo que visitar a un ortopedista, quien le hizo una recomendación que movió los cimientos de la familia, aunque no los suyos.
-Si sigue jugando al básquet, a los 15 puede terminar en una silla de ruedas. Yo recomendaría que abandone la actividad.
Con una marcada pasión y dureza mental que sorprendía para la época, Drazen nunca dejó de jugar. Su hermano, cinco años mayor, fue el primero en darse cuenta de su potencial, pero no el único. “La estrella del básquet yugoslavo será él, no yo”, predijo quien, nada menos, terminaría logrando 14 títulos en clubes -13 con el Cibona Zagreb y uno con Scavolini italiano-, incluyendo dos Copas de Europa, y fuera integrante de la Yugoslavia que lograría el tercer lugar en el Mundial de 1982. “A los 14 años recuerdo que Drazen ya era habitual en las selecciones de cadetes y se le veía como un jugador con futuro. Algunos entrenadores le auguraban que sería muy grande, pero nosotros como compañeros no veíamos nada especial en él. Pero en los dos años siguientes notamos una transformación importante. Y mucho tuvo que ver con su mentalidad y organización. Era un ganador absoluto que no se comportaba de acuerdo a la edad que tenía, sino que era un adelantado”, rememora Neven Spahija, aquel amigo de la infancia que también terminó trascendiendo en Europa, en especial como coach (de Valencia Basket y Baskonia, entre otros).

A los 15 años, Petro firmaría su primer contrato profesional y a las pocas semanas, el 29 de diciembre del 79, debutaría en la Liga yugoslava y anotaría los primeros puntos, todo en el Sibenka KK, un club humilde y desconocido en el ámbito continental que había sido fundado en 1973 y en ese entonces llevaba apenas un año en la máxima división yugoslava –dejó de existir en 2010-. Tras la marcha de su hermano al Cibona, Drazen lo convirtió en un ganador. A los 17 años ya era capaz de anotar 50 puntos y dar 25 asistencias en partidos del campeonato local y su ausencia de la lista yugoslava para el Mundial de Cali fue considerada un grave error. Tenía 18 cuando guió, con sus genialidades, a una final continental. En realidad, no a una sino a dos seguidas: de la Copa Korac, ambas saldadas con derrota ante el poderoso Limoges francés.
Drazen se tomaría revancha en la definición del torneo local en un final trepidante frente al mítico Bosna Sarajevo que se decidiría con su sello. Una muy polémica decisión arbitral, en el cierre del tercer partido de la serie, le dio dos libres a Petrovic, con el reloj en cero y muchas protestas del rival. El entrenador de su equipo pidió tiempo muerto y le pidió, viendo lo complicado que estaba el clima en el estadio, que anotara uno solo de los libres para forzar el suplementario y de esta forma el partido no se decidiría por un error de la dupla arbitral. Drazen asintió pero, cuando se paró en la línea, hizo lo que su competitividad le dictó: anotó ambos y dio su explicación…
-No puedo tirar a fallar adrede. Va contra mi naturaleza.
Sibenka KK festejó el triunfo y el título, pero sólo por algunas horas. La Federación yugoslava decidió repetir el juego en cancha neutral y el Sibenka, indignado por una determinación sin precedentes, no se presentó, perdiendo el título que había ganado en la cancha. Cansado de perder, Drazen decidió irse. Ofertas tuvo muchas, pero se decidió por el Cibona. Cuentan que por presiones de Mirko Novosel, el entonces coach yugoslavo que le habría dicho que si no fichaba con su club debería olvidarse de integrar el seleccionado. ¿Mito o realidad? Drazen tuvo que primero realizar el servicio militar obligatorio y al año siguiente se mudó a Zagreb. Rápidamente, en su primera temporada, se transformó en la estrella del poderoso club. Promedió 32.2 puntos en el torneo local, guiándolo al bicampeonato, y otros 30 para llevar al club a su primera Copa Korac, la primera de dos legendarias que protagonizó y ganó, metiéndose de esta forma en la historia grande del continente.
En la primera, en la 84/85, el rival fue nada menos que el Real Madrid, siete veces campeón de Europa, con un equipo afianzado, con calidad y experiencia. Poco le importó a Drazen, quien le infligió las únicas tres derrotas de aquella edición, la última en la definición con un show de juego (36 puntos) y burlas que enloquecieron a sus rivales y a toda la hinchada merengue. Juanma Iturriaga, uno de los que más lo sufrió, contó en su libro que, tras uno de estos partidos y de camino al vestuario, Fernando Martín quiso darle la mano a Petrovic para olvidar todas las polémicas y peleas en la cancha y Drazen contestó con un escupitajo en la cara. Casi todos los compañeros debieron frenar al pivote madrileño para que no matara a golpes al provocador croata. “Drazen se motivaba con cualquier partido, pero con el Real tenía algo especial. Era evidente. Su relación con el público español y los jugadores del Madrid siempre fue difícil. Y tampoco se puede negar que, dentro de la cancha, era un jugador sucio, arrogante, agresivo, que no te daba tregua. En España la gente lo odiaba. Con el tiempo fue madurando y suavizando su comportamiento. Pero en esos primeros años era joven, con mucho talento y ambición”, recuerda Spahija.
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