Un juego que logró establecerse como un deporte y que, desde ese momento, mantiene el espíritu lúdico y genera oportunidades de inclusión sin distinción de edad. “La deuda pendiente es que se instale entre los más jóvenes”, cuenta Amaral en diálogo con C5N.
“La deuda pendiente es que se instale entre los más jóvenes”, cuenta Amaral.
¿Cómo jugar? La campeona aconseja “conectar con las palabras de forma individual, leerlas sin ningún contexto” y asegura que “lo beneficioso es lo recreativo de este juego. Como requiere pensar, involucra todas las capacidades intelectuales”
Amaral no sólo es representante del país en cada torneo que se juega, sino que también es profesora. Su deseo es «que “la juventud juegue”, porque “siempre costó” que las generaciones más jóvenes practiquen esta disciplina y, más aún, con la aparición de la tecnología. Por este motivo, dedicó varios meses de su vida a enseñarle a los más chicos: “Trabajé con chicos del barrio 1-11-14, fue una experiencia increíble, muy hermosa. Sentí que aporté herramientas para la comunicación de los niños. Eso es fundamental, sobre todo, a una edad temprana”.
Su deseo es «que la juventud juegue”.
A su vez, organiza talleres para adultos mayores, donde trabajan el vocabulario, el lenguaje, la memoria, ejercitan cálculos matemáticos, y desarrollan la percepción espacial y temporal. “Todo se activa en el juego. La socialización es clave también. Está al servicio del conocimiento, del saber, del compartir. Es una pata más para estimular las capacidades”, agrega.
«Me hubiese gustado que fuera mi principal ingreso”, confiesa.
Y continúa: “No tiene nada negativo, salvo que uno se lo tome desmesuradamente en cuánto al triunfo o fracaso con el juego. Es una oportunidad para conocerse a uno mismo, nos muestra tal cual somos. Es una invitación a estudiar el vocabulario”.
Un deporte que, sin duda alguna, atraviesa generaciones enteras.
Sobre el cierre de la charla, Amaral confiesa que su sueño siempre fue “conseguir un sponsor para dedicarme exclusivamente a jugar. La única motivación fueron los Mundiales, que son los únicos torneos en los que hay premios. Lo usé, durante un tiempo, como forma de vida, dando talleres. Pero me hubiese gustado que fuera mi principal ingreso”.
Y concluye con una anécdota que, varios años después, la recuerda con una sonrisa: “En 2003 se disputó el Mundial en México, donde nos pagaron todo. Una multinacional que tenía la licencia del juego pagaba los gastos de todos los jugadores. Y el premio, en ese momento, era de 7.500 dólares. En 2004, cuando salí campeona del Mundial de Panamá, la empresa había quitado el apoyo, pero se hizo una especie de colecta que llegó a… 1.800 dólares. Igual valió la pena el título, ja”.
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