En menos de cinco años el salario, medido en moneda dura (dólares) como miran los empresarios a la hora de instalarse en un país, se desplomó casi a la mitad, de los más de 920 a 500 dólares como promedio de los trabajadores estables; los cuales en términos nominales ganan unos 150.000 pesos. Este brutal deterioro explica que en los últimos años haya subido la tasa de empleo, bajado la desocupación a mínimos históricos pero se incremente la pobreza y, particularmente, crezca la indigencia. Aún con un bono de 50.000 pesos, apenas alcanzaría a llevar los salarios hasta los 150.000, que mide el Ministerio de Trabajo para empleados estables, a valores reales apenas por encima de los que heredó el gobierno de Alberto Fernández.
No obstante, la medida mejoraría la situación radicalmente para quienes cobran menos, teniendo en cuenta que ocho de cada trabajadores no cubre una canasta básica de cuatro miembros, y debería anunciarse en lo inmediato.
Creerse las presiones empresarias de que por un reclamo laboral puede cerrar todo e irse del país, cuando la Argentina detenta los salarios más bajos de la región y, seguramente de buena parte del mundo, es, cuanto menos, de ingenuos. De hecho, tal como reconoció el ortodoxo viceministro Gabriel Rubisntein, los empresarios están actualmente gozando de rentabilidades varias veces mayores a los registros promedios históricos. Y el trabajador se mantiene en el medio de empresarios que suben los precios como les da la gana y les pagan a sus empleados, en términos reales, cada vez menos.
Sin importar la estructura productiva, aunque puede haber variaciones importantes entre una pyme textil y una gran automotriz, el peso de la masa salarial siempre representa una parte –generalmente pequeña– de los costos totales de la empresa. Lo mismo con el componente importado. Sin embargo, nos acostumbramos a ver cómo cuando se dispara el dólar, aún el no oficial, remarcan sus mercaderías en la misma cuantía; o cuando se otorga una paritaria. Lo cierto es que los salarios en términos de costos reales fueron perdieron participación.
El empresario no calcula sus balances, como no debería hacerlo el Ministerio de Trabajo, sobre la nominalidad de los salarios sino sobre su peso real, sin importar si se calcula al dólar oficial o al financiero. Dato curioso (o no tanto): en los últimos 15 años el dólar oficial se apreció 4745 por ciento frente al 4511 que lo hizo el contado con liquidación desde 2003 hasta la actualidad, pasando el primero de 3,17 a 153 pesos y el segundo, de 6,67 a 307 pesos; es decir, la brecha se ubica actualmente (en el cien por ciento) en torno al promedio que exhibe hace tiempo, lo que explica parte de la inflación.
De hecho, en el último lustro se aceleró la inercia inflacionaria, la cual no se explica ni por el dólar ni por los salarios. Muchísimo menos por estos últimos. Entre el estallido del 2018 y la actualidad la inflación acumulada supera el 800 por ciento, mientras que el valor del dólar en el mercado financiero se se encementó un 600 por ciento, desde 35,9 hasta los 248,15 pesos. A la devaluación del peso, que arrancó con fuerza en 2018, tuvo una gran víctima: el salario de los trabajadores. Los empresarios, por el contrario, se vieron favorecidos por la apropiación de renta sobre la base de 200 puntos porcentuales de inflación por encima de la apreciación del billete verde. En tanto, el salario promedio del personal establece se contrajo medido en dólares en ese mismo lapso un 45,3 por ciento.
Tomando el contado con liquidación (ccl) para estimar el desempeño del salario real podemos observar, de acuerdo con datos de RIPTE de la Secretaría de Seguridad Social, el salario promedio comenzaba a retroceder en 2018, con la devaluación de abril, ubicándose en 33.154,28 (ccl a 33,93), que representaba 922,74 dólares. Ya lejísimo del máximo verificado durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (1436 dólares mensuales). En 2019 el salario promedio de trabajadores estables cerró en 47.834,32 pesos (ccl a 72,43), a 660,42 dólares. En 2020 fue de 66.869,88 pesos (ccl a 147,39), 453,69 dólares.
El año pasado finalizó en 66.869,88 pesos (ccl a 514,67), 477,89 dólares y a septiembre se ubica en 148.811,85 pesos (ccl 295,62), a 503 dólares. Si se otorgase un bono de 50.000 pesos se llegaría a un salario real promedio del RIPTE a 672,52 dólares, cercano a fines de 2019, cuando ya los ingresos de los hogares habían sido pauperizados. Aún asó no alcanzaría para sostener una canasta básica y un alquiler para cuatro personas.
Si se lo mide respecto de la inflación –aunque haya más de un forma de comprarlos–el salario real del sector privado registrado medido por el INDEC mostró en julio un descenso de 1,4 por ciento interanual y de 1,9 mensual. Luego de cuatro años consecutivos de caída (2,3 por ciento promedio en 2021), se ubicó un 19,8 por ciento por debajo de julio 2017 (pico para ese mes desde 2016)», destaca Grupo de Estudios de la Realidad Económica y Social (GERES).
Siguiendo la medición mediante el dólar financiero, una encuesta realizada por Jobint, que incluye los buscadores como Bumeran, Zonajobs, Selecta y HiringRoom, señala que el sueldo medio pretendido más alto está en Chile, con de 1138 dólares por mes. Le siguen el de Panamá con 10371 dólares por mes, el de Ecuador con 808 dólares por mes y el de Perú con 803 dólares por mes. El de Argentina (a dólar Bolsa) es el más bajo con 632 por mes.
La baja en Argentina tiene lugar a pesar de que con incrementos salariales de los dos últimos año, el país encabeza el ranking de los sueldos nominales que más crecieron, con más de un 20 por ciento sobre la media. El problema es la inflación que se come cualquier mejora salarial y la imposibilidad de recomponer salarios al ritmo que se incrementan los precios. Por el contrario, una aceleración inflacionaria atizará la maniobras especulativas, si no son atemperados sobre la base del complimiento de la ley, socavando aún más los ingresos de los hogares.
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