Emiliano Méndez –33 años, mediocampista de Sarmiento de Junín– usa el número 52 en la camiseta por su madre. «Le gustaba jugarlo en la Quiniela, significa la madre y el hijo. Y representa –dice– tenerla conmigo en los partidos». Criado en la localidad platense de José Hernández, con inferiores y debut en Gimnasia y con pasos por Villa San Carlos, Estudiantes de San Luis, Atlético Huila de Colombia, Deportivo Morón y Arsenal, Méndez fue uno de los poquísimos futbolistas que repudiaron públicamente el intento de magnicidio contra Cristina Fernández. Acá habla de la cabeza del futbolista, de su formación política y del peronismo, del rol social de un deportista, de los DT con «buenos modales», de la diferencia entre jugar «feo» y «mal», y de Diego Maradona como el futbolista tótem.
–¿Por qué la cabeza de un futbolista es especial?
–Se va formando. El proceso de inferiores es muy importante. Y después se forma en la competencia. Termina un partido y tenés gente que te ama y que te odia por jugar a la pelota. Y eso cambia semana a semana. Ahí la cabeza se transforma, nos ponemos pragmáticos y desconfiados. «Sí, ahora me pide una foto, pero la semana pasada me puteaba». En la carrera del jugador hay altibajos en el estado de ánimo. Cuando sumás partidos entendés la realidad que vivimos. De ahí que la mirada del futbolista puede ser diferente. Y las buenas son muy pocas. Salvo para el Real Madrid, los mortales la peleamos. Esto no es tenis, que competís mano a mano. En el fútbol hoy sos número uno y mañana tal vez no. Ganás un torneo y al tiempo perdés un clásico y se borra lo que ganaste. El fútbol es actualidad y es cruel. Hay fenómenos que a los 36 años se les viene el ocaso y lo que fueron dejan de serlo.
–¿Los futbolistas, en general, no se sienten trabajadores?
–Hay jugadores con conciencia social que saben el lugar que ocupan. Otros a los que les cuesta, porque lleva más tiempo no sólo mirar tu entorno, sino tener empatía hacia el resto. No todos los futbolistas somos iguales. Hay algunos que la pelean durante 15 años de carrera. Otros, los menos, con un año solucionan económicamente su vida. Es mentira que un futbolista pueda estar seis meses o un año sin cobrar, como en su momento dijo Tevez.
–¿Por qué condenaste el ataque contra Cristina?
–Fue un hecho gravísimo, sea del partido que fuera. Podría haber escalado mucha violencia si esa bala salía. No sólo atentaron contra la vida de la vicepresidenta, sino contra miles de argentinos. Es una Argentina del pasado que no quiero vivir. Estoy tranquilo con lo que soy, con mis convicciones. A veces suceden situaciones en las que un futbolista no quiere involucrarse y es respetable. A mí no me quita el sueño, sé quiénes me quieren. No me traiciono. Hay jugadores a los que no les gusta ser el foco de algún reproche. Es un ambiente difícil. Tal vez deben tener miedo de ser cancelados en las redes sociales. Otros capaz no dicen lo que piensan por vergüenza. Yo sé lo que pienso y no tengo ningún problema en compartir mis opiniones ni en las redes ni cara a cara.
–¿Se debate de política en los planteles?
–Encontrás momentos de debate a partir de lo que sucede. O por ciertas pautas de la agenda que marcan los medios de comunicación. No somos ajenos. Las agendas las manejan tres o cuatro medios. Terminás hablando de lo que quieren y desviando el foco de las situaciones reales. Debatir, sí, para encontrarle el razonamiento, porque muchos no se interiorizan para entender y repiten lo que dice la tele. Trato de enfocarme en los más chicos, que no se dejen llevar, que saquen conclusiones y pensamientos por ellos, por lo que fueron y por lo que quieren ser. Nosotros, aun siendo futbolistas, no vamos a pertenecer nunca a ciertos sectores de la sociedad, y en mi caso no tengo ni intenciones. Hay que defender a la gente que es como uno, que viene de dónde viene uno. Son los que el día de mañana te van a dar un abrazo y agradecer.
–¿Qué es el peronismo?
–El movimiento social y popular más grande que dio la patria y Latinoamérica. Perón fue un genio, sus ideas trascendieron su época y están a la orden del día. El que lo entiende a Perón, entiende el peronismo, que no son las personas: son las ideas. Hay que saber quiénes son los que las llevan a cabo para así poder elegir. Hay peronistas buenos y malos. Sin embargo, para un peronista no hay nada mejor que otro peronista, a pesar de sus errores. El peronismo, si no es revolucionario, no tiene sentido.
–¿Qué simboliza Cristina?
–Es la mejor exponente política que tiene la nación. La que mejor interpreta al peronismo y lo lleva a cabo. Y nació en La Plata y es hincha de Gimnasia, un valor agregado. Pero la quiero porque nunca se traicionó y nunca traicionó a la gente que la bancó. Respeto a los que no la quieren. Doy mi postura desde el lado por el que veo la realidad. Cristina es una mujer que eligió la historia, a la que no le interesa quedar bien con más nadie que no sea el pueblo. Y se la jugó, porque en los últimos años le hicieron un montón de cosas no gratas, la última querer asesinarla. Fue lo más grave que pasó en Argentina después de la vuelta de la democracia, por más que algunos lo minimicen.
–¿De dónde viene tu formación política?
–En tercer grado, en el Colegio Santa Ana, fue mi maestra Marisa Díaz, hermana de Pablo Díaz, sobreviviente de La Noche de los Lápices. Mi abuelo paterno era de una familia de 15 hermanos, de Bragado, sin ningún tipo de derechos. Nació en 1930. A los siete años ya trabajaba en el campo, como esclavo, de sol a sol, y cuando llegó Perón al poder, nos contaba, les decía a los patrones que tenían que darle ropa de trabajo, y se le reían. Todo es política. Perón le dio dignidad. Mi abuela no fue ni al colegio. La mandaban a trabajar a casas de familia. Para lavar los platos, le ponían banquitos, porque tenía nueve años. Los pobres no tenían derechos y todo cambió. Mi abuelo empezó a trabajar en la fábrica Indeco como obrero y llegó a técnico. Uno de sus hijos, por estudiar en la universidad pública, pudo ser ingeniero. En un contexto social favorable, con las mínimas oportunidades que merece la gente humilde, se puede cambiar la realidad. Hay que entender que no todos salimos de la misma línea de meta, más allá del esfuerzo. La meritocracia se termina cuando le decís a un meritócrata que deje la herencia para el pueblo.
–Vivieron con Sarmiento un episodio de racismo contra un compañero (el colombiano Harrinson Mancilla) en la cancha de Platense. Y hablaste de salud mental después del suicidio del Morro García. ¿El deportista actual es más proclive a expresarse sobre temas sociales?
–Con los años se tomó conciencia. Y en casos de racismo, la tolerancia debe ser cero con la gente que daña. Fueron muy hirientes con Harrinson, y es un pibe genial. Y una persona. Hablar en 2022 del color de piel está fuera de situación, de época. Aparte hay leyes que condenan el racismo y la xenofobia. Como futbolistas tenemos que hacernos respetar y no dejar que nadie nos trate como basura. Somos personas y la salud mental es una realidad que está viviendo la sociedad. Las redes sociales no ayudan mucho: potencian todo tipo de depresión, porque crean un mundo ficticio, en el que la gente se fija en los likes o en personas que no son así en la vida real, sino que tienen mil filtros, que se venden. No es joda. A uno, por ser hombre, le cuesta decir que está triste. Y le puede pasar a cualquiera. La mejor forma de salir adelante es hablándolo, comunicándote, y saber que es algo momentáneo.
–¿Dimensionan el poder que tienen al dar un mensaje?
–A veces no nos damos cuenta del alcance. Los futbolistas tenemos que involucrarnos para tratar de ayudar a la gente que tal vez necesita escuchar unas palabras que le puedan servir. A la salud mental la vivimos día a día. Es «una jugada». Tal vez le pegaste bien, la clavaste en el ángulo y te empiezan a salir todas, y no es que aprendiste a jugar hace dos minutos: estabas bloqueado de la cabeza y «una jugada» te la cambió y estás con confianza y la pedís. Y al revés: en «una jugada» perdés la confianza. Hay jugadores que recuperarla le llevan un partido, dos, un mes, seis meses o un año. Si estás bien de arriba, te funcionan las piernas. Si no estás bien, aunque seas un fenómeno, las piernas no funcionan.
-«Estamos rodeados de entrenadores que hablan con palabras difíciles y que se creen más importantes que los futbolistas», dijiste.
-El fútbol es más simple de lo que se cree. Está lleno de palabras raras. Hay entrenadores que «venden» buenos modales con un sector del periodismo que banca algunas cosas que tal vez a los jugadores no nos gustan o no nos representan. Me molesta que se despotrique el trabajo de otros. «Ganan pero no tienen posesión». Con Sarmiento se enojaban: que hacía faltas, tiempo. No conozco un club de Primera que vaya ganando y juegue apurado. Y «hacer tiempo» está mal. El tiempo no se hace: pasa. Es lógico que si vas ganando dejes que pase o juegues de determinada manera. El fútbol es un juego: se arriesga y se especula, y se gana, pierde o empata.
–¿Dónde radica lo simple del fútbol?
–A veces no necesitás 40 toques para llegar al gol. Con tres podés llegar, o trabajando en la semana la pelota parada. «No, la intensidad, el dominio…». El último campeón de la Champions, Real Madrid, jugó con Manchester City, que tuvo el 75% de posesión, y le ganó y bien. Atlético Tucumán pelea el torneo, y está lejos de ser uno de los equipos con mayor posesión. «Tal equipo juega feo», dicen. Es subjetivo. No te gusta o te gusta otro estilo. «Juega mal». Ahí se comete un error: jugar mal no va de la mano con jugar feo. Podés jugar bien y que no te guste, porque lo que hacés, lo hacés bien, y sumás puntos y sos puntero.
–¿Maradona te dio una foto porque se dio cuenta de que eras futbolista?
–Maradona representa al jugador y a la persona argentina. Nunca se olvidó de lo que fue, de dónde salió. Y nunca se olvidó de que fue futbolista, nunca dejó de serlo. Tenía debilidad con el jugador porque se veía reflejado. Lo mismo con una persona humilde, con un jubilado: veía a su padre. En 2011, cuando llegó al vestuario de Gimnasia a saludar a Guillermo (Barros Schelotto), que era su despedida, hubo una revolución. El utilero se le colgó en el hombro, y odiaba que lo tocaran por la espalda. «Estoy hablando», lo sacó. Vimos eso y ni nos acercamos. Cuando se estaba yendo, dije: «Voy, y que me saque cagando, de última me saca Maradona». Lo llamo, se da vuelta, yo ya cambiado para jugar, y me dice: «¿Qué pasa?». “Una foto», le digo. «Seee, con jugadores, cómo no…».
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