«Me llamó llorando a las 4 menos cuarto de la mañana. Le digo ‘¿Qué te pasó, mi amor? y me contesta ‘Me pegaron, me dieron dos o tres balazos. Después de eso se me hizo una nube en la cabeza. Todavía no entiendo nada'».
Así inició la dramática reconstrucción de las últimas horas Sergio, el marido de la policía Lucrecia Yudati, baleada por los tres condenados por el triple crimen que se escaparon de la cárcel de General Alvear. Su relato mezcla la descripción del salvaje e inesperado ataque, en plena madrugada, con la desesperación por la salud de su esposa.
El hombre vive junto a su mujer en Ranchos, el apacible distrito del interior bonaerense donde pocas veces se quiebra la tranquilidad y que, mucho menos, es escenario de lo uno de los episodios policiales más increíbles del año. «Los médicos me dijeron que van a hacer lo imposible para reconstruirle la pierna izquierda, que es la que tiene más complicada. Por los perdigonazos, le estalló todo: las arterias, las venas, todo».
Sergio también reveló que el ataque ocurrió a pocos minutos de irse. Ella y su compañero, Fernando Pensawath, estaban por dejar el puesto en la Ruta 20 de Ranchos, cuando recibieron un llamado de advertencia de otro policía que estaba de patrulla. Les advirtió que había una camioneta gris que iba a toda velocidad y les pidió que le hicieran señas para que baje la velocidad.
Una combinación de mala fortuna y brutalidad delictiva terminó de la peor manera. En el puesto de control vial, los dos policías ya habían desarmado todo: tenían los conos de seguridad arriba del patrullero, se habían sacado los chalecos antibalas y solo tenían las pecheras reflectoras que se usan para identificarse en las rutas, en las noches. Vieron venir la camioneta, efectivamente, a toda velocidad y le hicieron señas con las linternas.
Según el esposo de la policía, Yudati y Pensawath no esperaban que de ese vehículo que había empezado a circular más despacio irían a bajar los tres delincuentes más buscados en la Argentina. «Cuando se bajan con las armas largas y empiezan a tirar, ella se tira a la zanja para salvarse. Se tira a esa zanja que es muy profunda y justo los perdigonazos le agarran las dos piernas. Ella me cuenta: ‘Bajaron y empezaron a tirar, no nos dieron tiempo a nada’«.
«Ella atinó a esconderse, se tiró de cabeza. Tiene todos los codos raspados», continuó Sergio, quien de todos modos recordó que su mujer, del ataque salvaje, fue la que menos perjudicada terminó. «Fernando es el que está más delicado, porque es el que más recibió: sufrió un escopetazo en el estómago».
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