El mundo actual no existiría tal como lo conocemos si el ser humano no tuviera la capacidad del trabajo para gracias a él transformarlo radicalmente. Sin embargo, pese a que es considerado un valor fundamental de nuestra sociedad, en reiteradas ocasiones lo experimentamos como una actividad que nos angustia, nos debilita y nos niega el bienestar. Entonces, ¿esto se debe a su conformación esencial o a la forma en que lo hemos desarrollado? ¿Puede hacernos felices el trabajo?
No obstante encontramos una paradoja en rededor de este término, ya que por un lado se lo ve como el motor fundamental para el crecimiento y desarrollo de las naciones y, por el otro, como una actividad obligatoria que nos lleva a consumir gran parte de nuestra vida sin otro beneficio más que el económico (aunque a veces ni siquiera nos otorga esto). Así emerge una visión dicotómica en donde se lo expone como vehículo para alcanzar la dignidad pero que, llevado a la práctica, en ocasiones no hace más que volver indigna nuestra vida.
Claro que la cuestión de la dignidad nos conduce a otros conflictos ¿qué debemos entender por dignidad? ¿Acaso un ser humano que no trabaja no es digno? ¿El ser humano nace sin dignidad y debe ganarla, o nace con ella y debe preservarla?
Allende a estas problemáticas, podemos afirmar que si el trabajo se nos vuelve un motivo de sufrimiento, tal vez no se deba a su constitución intrínseca, si no más bien a su contexto de aplicación. A tal respecto podemos recuperar el pensamiento de Marx quien ve al trabajo como una categoría antropológica, dado que separa al ser humano del animal porque mediante el es capaz de crear las condiciones de posibilidad de su existencia.
El problema está en que, al encontrarse el humano sometido a un sistema vil en donde debe producir para otros, esta labor se ve desnaturalizada porque el producto de su trabajo no va para el obrero si no para el dueño de los medios de producción que ve incrementado su capital gracias al esfuerzo de los cientos y cientos de explotados en sus fábricas.
En resumidas cuentas, Marx posee una visión cuasi divina al respecto del trabajo por lo cual denuncia que la explotación genera una alienación, una aberración no sólo para las condiciones de vidas de los obreros, si no sobre su propia condición humana, logrando que algo que lo debe enorgullecer y dignificar, se transforme en un medio para la pauperización y el oprobio.
De esta manera llegamos hasta nuestros días en donde en muchas ocasiones el trabajo se sigue volviendo en nuestra contra y se repite este esquema de alienación presentado por el pensador alemán, pero sin embargo, no podemos evitarlo ni dejar de concebir que es el único medio de vida posible.
Por esta razón podemos preguntarnos si nuestro trabajo es capaz de llevarnos a la felicidad. Quizás encontremos una respuesta positiva si a través de él podemos desplegar nuestras potencialidades al mismo tiempo que nos garantiza una buena relación entre remuneración, tiempo invertido y efecto sobre los demás: remuneración ya que el dinero obtenido parece ser parte fundamental aunque no única para valorar una labor; el tiempo invertido porque cualquier trabajo que consuma todas nuestras vidas y no nos de lugar ni siquiera para gastar lo que ganamos gracias a él no pareciera ser uno muy «feliz» y el efecto hacia los demás porque así nos otorgue mucho dinero y no nos quite todo nuestro tiempo, si nos genera conflictos éticos seguramente nos aleje de nuestra percepción de la felicidad.Así pues, el trabajo visto de este modo no sólo se convierte en un medio para obtener el sustento material necesario, si no también una actividad para sentirse útil, desplegar nuestras capacidades y, además, obtener el reconocimiento de los demás, factor insoslayable en la construcción de nuestra identidad. De todas maneras, si todos los actores que se ponen en juego no se comprometen con el bienestar social, si se continúa explotando al trabajador apoyándose en la amenaza del desempleo y si no se garantizan ni reconocen sus derechos laborales, el trabajo será más que nada un obstáculo antes que un vehículo para la felicidad.
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