La Justicia Federal platense retomó la causa por la muerte de la piquense Cristina Barbeito a manos de la Policía Bonaerense en 1977. Víctor Hugo Díaz, «Beto», que compartió con ella sus últimos momentos, recuerda el hecho en el que fue acribillada mientras escapaba con su pequeño hijo.
Norberto G. Asquini
La Justicia Federal retomó este año la investigación por la muerte de la piquense María Cristina Barbeito, asesinada por una patrulla de la Policía Bonaerense en octubre de 1977 durante la dictadura militar. El juez Laureano Alberto Durán, interinamente a cargo del Juzgado Federal 1 de La Plata, comenzó a indagar en la causa 14000036/05, que hacía diez años estaba frenada y sin avances, y pidió información sobre la víctima a la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia. También lo hizo en el expediente 14000035, que indaga sobre la desaparición de la pareja de la joven, Juan Carlos Follonier, ocurrida un año antes.
Ahora también se conoce, a través de un compañero de militancia, Víctor Hugo Díaz, que compartió sus últimos momentos, cómo fue acribillada mientras escapaba en un automóvil, junto a su hijo de tres meses de edad, de las fuerzas de seguridad.
Piquense.
María Cristina Barbeito nació en General Pico y estudiaba en La Plata en los años 70. Allí comenzó su militancia en el peronismo revolucionario y en 1973, a los 18 años, conoció a Juan Carlos Follonier, de 24 años. El joven también era de General Pico e integraba Montoneros. Vivieron en Lanús y para 1975 Cristina, conocida como «Mari» en la organización, era un cuadro integral en esa estructura.
Luego del golpe militar de 1976, la pareja de trasladó a Berazategui. El 30 de octubre de 1976, Juan Carlos, que estaba clandestino, tuvo una reunión en un bar de una esquina en Lanús. Al salir fue tiroteado y secuestrado. Barbeito estaba por entonces embarazada, y militaba en la Zona Norte de Buenos Aires. Juan Carlos no llegó a conocer a su hijo, llamado Pedro, que nació en julio del 1977.
Ultimo testigo.
Ahora los últimos días de Cristina se pueden conocer a través del relato de Víctor Hugo Díaz, o «Beto», ex militante de la organización revolucionaria, que fue entrevistado para LA ARENA. Díaz es correntino, nació en Esquina en 1953 y comenzó a militar en 1973 en la Juventud Peronista en Berazategui, más precisamente en la zona de Villa España.
En septiembre de 1977, conoció a Cristina Barbeito en Quilmes, la zona sur del conurbano, en el marco de su militancia. Compartió una vivienda cerca de estación Zeballos en Florencio Varela. Para entonces, ella vivía con su hijo Pedro y otro militante, Horacio Sapag. Todos continuaban en la actividad clandestina, aunque cercados por la violenta represión.
La resistencia.
Díaz relató al autor: «La conocí a partir de que ella y Sapag integrarían junto a mí uno de los grupos de la resistencia. Ella militaba en Montoneros igual que todos los que integrábamos la organización en la zona sur».
El militante, por entonces de 23 años, había sido secuestrado en los primeros días de febrero de 1977 y llevado al Regimiento 3 de La Tablada. Allí fue torturado mediante picana eléctrica, y logró fugarse. Se desató de la cama donde lo estaban picaneando y golpeó al guardia. Se puso ropa militar que encontró en el lugar y se fue en un Renault 12 azul allí estacionado.
«Ese mes de septiembre que compartimos en la casa de Zeballos junto con Horacio Sapag fue en el marco de las actividades de resistencia a la dictadura que realizamos la semana del 17 de octubre con pintadas, volanteadas, carteles, diferentes acciones de propaganda. Era una compañera muy alegre y con mucha convicción del camino y de la vida que había elegido, éramos militantes políticos convencidos de lo que hacíamos y teníamos bien claro el enemigo que teníamos enfrente», dijo.
Cercados.
La mañana del 17 de octubre Díaz y Sapag realizaron una acción de resistencia y tuvieron su primer enfrentamiento con la policía bonaerense cuando fueron descubiertos, según relató el investigador Mariano Pacheco en el libro «Montoneros silvestres». Habían incendiado un automóvil y lo habían colocado sobre las vías del ferrocarril Roca. En ese momento, Sapag fue acribillado. «Cuando vuelvo a la casa que compartíamos los tres es que debemos abandonar la vivienda, pues Cristina me dice que Horacio había pagado la boleta de luz el día anterior y no la encontraba y pensaba que podía tenerla en sus bolsillos. Igualmente debíamos dejar la casa, pues no sabíamos si se lo habían llevado herido», relató Díaz.
Cristina y Hugo intentaron escapar del lugar. «Nuestra intención era ir a Ezpeleta a una pensión que teníamos. Habíamos dejado la casa y nos ‘hicimos’ de un auto en el centro de Varela. La zona estaba muy convulsionada así que estaban en alerta todas las fuerzas. Es evidente que fueron informados seguramente por el dueño del auto hacia dónde nos dirigíamos. Así que en una de las curvas nos encontramos de frente con la patrulla ‘La Chancha’, la camioneta policial de la Bonaerense, cruzada sobre la calle y su personal desplegado. Nos hicieron con la mano señas que nos detengamos, y seguimos», explicó el testigo y protagonista.
Acribillados.
Díaz continuó: «Fue en la calle Panamá. Nos interceptan el auto y nos ametrallan. Es ahí que centraron todos los tiros sobre el conductor, en este caso sobre mí. El auto se clavó y dejó de funcionar, y ellos corrieron a rematarnos, tengo varios tiros de 9 milímetros en la espalda y un tiro de fusil FAL en la cintura. Con Cristina alcanzamos a bajar y ella dejó su nene en el pasto. Es ahí donde la ametralla un sujeto de la policía que según averiguaciones de compañeros de la época era de apellido Paz. Un tipo morocho, fortachón. Un tipo imparable con la ametralladora. En el enfrentamiento, logro repeler el ataque y comienzan a perseguirme hasta que los pierdo y un vecino me saca del lugar».
Datos oficiales, recopilados por el Equipo Argentino de Antropología Forense, precisan que al ser sorprendida en la madrugada por un grupo de militares, dejó en el piso a su hijo Pedro y alcanzó a separarse de él. Allí fue acribillada, según el parte oficial de la policía en un «enfrentamiento».
Díaz, herido de varios balazos, caminando y todo ensangrentado, llegó al centro de Florencio Varela. «Entonces golpeo una puerta y me atiende una señora con un nenito. Le cuento lo que me pasó, le digo que no se asuste y que necesito ayuda. La mujer salió corriendo. A mí sólo me quedaba la pastilla de cianuro. Pero llegó el marido en un Fiat 600 y me dijo que me llevaba adonde yo quisiera. Y fui. Ya no podía manejar, ni caminar. Le pedí una frazada, estaba desangrándome».
«Marisisita».
El militante estuvo más de dos días en la casa de un familiar sin atención médica hasta que logró contactarse con la organización. Allí, relató, el encargado de sanidad lo operó y le salvó la vida.
En tanto, el padre de María Cristina Barbeito viajó poco después a Buenos Aires y logró recuperar a su nieto y el cuerpo de su hija. Barbeito es la única militante muerta durante la dictadura por las fuerzas de seguridad en el marco del terrorismo de Estado que está sepultada en General Pico.
Díaz continuó en la militancia activa hasta 1983. Su hija mayor se llama Ana Cristina Díaz Seijas. «El primer nombre es por una compañera de zona sur que le decíamos ‘Ana La Francesa’, secuestrada a fines del mes de octubre de 1977; y Cristina por María Cristina Barbeito, que al decir del Tata Sapag, ‘Ricardo’, él la llamaba ‘Marisisita’, porque al Tata le gustaba hacer jugar las palabras».
Fuente: LaArena.com.ar
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