Con el nuevo año que comienza nos enfrentamos una vez más al irremediable paso del tiempo, y en el acto de tomar noción acerca de lo efímero de su existencia se nos abre una serie de inquietudes que, más allá de no encontrar respuestas concluyentes, no dejan de rondar nuestra mente. ¿Qué es el tiempo? ¿Cómo reconciliar pasado, presente y futuro? ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante su inevitable paso?
Sin lugar a dudas la celebración del «año nuevo» carga con un sinfín de significaciones imaginarias ya que, en realidad, el tiempo cronológico es sólo una forma de ordenarnos y distribuir nuestro transitar humano en unidades más o menos homogéneas factibles de ser dimensionadas y medidas. Así pues, el cambio de año podría ser cualquier otro día o ni siquiera existir como tal; claro que así tal vez no existiría ese momento en el cual se pueden depositar nuestras esperanzas de tiempos mejores en simultáneo con la expresión de buenos deseos para lo que vendrá.
No obstante, el cambio de año no sólo nos genera estas inusitadas esperanzas sobre el futuro, sino que también nos hace reflexionar alrededor del tiempo en sí mismo ya que nos vemos «atrapados» en su constante transitar sin que tengamos las herramientas para poder evitarlo. «Cómo se pasó el año» fue una de las frases más escuchadas durante todo diciembre; manifestación evidente de nuestro asombro e incluso hasta indignación por la rapidez con lo que todo pasa.
De esta manera, se vislumbra una situación extraña por su irreversibilidad pero frecuente en nuestra sociedad: el tiempo se vuelve nuestro enemigo. Estamos en conflicto permanente con él porque al parecer nunca alcanza, porque con cada segundo que transcurre se nos va agotando la vida y porque, además, se nos vuelve inasible, escurridizo.
Solemos dividir al tiempo en pasado, presente y futuro. El pasado es aquello que ya se vivió, algo que fue pero que no hay manera que vuelva a ser; el futuro en cambio aún no es, es el porvenir que llegará tal vez en algún momento, pero en tanto futuro permanece ajeno y lejano a nosotros. Por consiguiente nos queda el presente como aquello que es, pero ¿cuánto dura el presente? Se muestra fugaz porque ni bien lo nombramos ya ha dejado de ser…
Claro que tenemos ciertas formas de resolver esta cuestión ya que con el recuerdo y la memoria damos entidad a nuestro pasado y con las expectativas y los proyectos hacemos que el futuro tome consistencia. El problema surge cuando por vivir melancólicos en el pasado o por perdernos en el futuro, menospreciamos el presente que, a fin de cuentas, es lo único que tenemos.
Como decíamos, otro de nuestros conflictos con el tiempo es que solemos tener la sensación de que nunca nos alcanza para llevar adelante todos nuestros deseos. Por ello, como lo reconocemos como un recurso escaso (situación paradojal si las hay) necesitamos planificar todas nuestras acciones, controlar el tiempo lo más que se pueda para poder garantizar el cumplimiento de nuestros objetivos. ¿A qué nos conduce esto? A caer en el estrés, en el agotamiento mental y físico, a sentirnos literalmente devorados por el calendario.
Así entonces, ¿existe alguna manera de reconciliarnos con el tiempo? Una frase por demás conocida ha intentado a lo largo de los siglos responder esta cuestión: Carpe diem, «vive el día», es decir, más allá de aceptar que tenemos un pasado y que esperamos un futuro, vivamos el día en tanto día, disfrutando el máximo posible de esta vida que hoy tenemos, de este tiempo que ahora nos toca vivir. Claro que una exacerbación de este principio nos puede conducir al conflicto que vivimos en la actualidad: la excesiva inmediatez, por lo que encontrar el equilibrio entre aquello que fuimos, lo que somos y lo que deseamos ser se muestra como el verdadero desafío.
Por último, la filosofía griega antigua nos ha regalado un concepto que también se vuelve pertinente, más en circunstancias como las que estamos atravesando: kayros. Con esta palabra podemos denominar otro tipo de tiempo más allá del cronológico; el interior, el oportuno, aquel tiempo de maduración que notamos existe en cada uno de nosotros y que nos hace actuar no conforme a las obligaciones exteriores, si no respetando los procesos internos buscando el momento adecuado donde nos sentimos preparados para la acción. Tal vez, dejándonos guiar un poco más por elkayros y menos por el cronos encontremos un camino para la reconciliación con el tiempo.
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